Rocío Valverde

Doce horas en un avión

Películas de terror y documentales de rock

Doce horas en un avión
Rocío Valverde
05 de febrero del 2018

 

Sentada en un avión, en un asiento de cuatro personas, la pesadilla empieza. Nada bueno puedo salir de esto, pues sé que al menos una vez mi cinturón de seguridad se perderá entre las nalgas del desconocido que ronca a mi lado. Mi compañero de al lado se ha puesto a ver una película sobre un payaso come niños. Puedo ver con el rabillo del ojo izquierdo que las dos niñas sentadas en frente están viendo al mismo payaso asesino. Tres meses rehusándome a ir al cine a ver este horror flick para terminar siendo bombardeada de imágenes macabras en un avión del cual no me puedo bajar. ¿Qué mal estoy pagando? Y lo más importante ¿Por qué estoy viajando en LAN si he comprado los billetes en British Airways?

En un asiento de cuatro no puedo dormir, las pastillas no hacen efecto. Siento la turbulencia y presiento que la sombra de la cinetosis se posa sobre mí. Pienso en ese primo del amigo de un amigo que se despertó en Tailandia sin pasaporte ni billetera, y en la botella de pisco que está rodando por el pasillo del avión. Un avión es el peor lugar para los insomnes con trastorno de ansiedad ¿Y qué haces despierto doce horas?

Yo me refugio en la única cosa que me relaja: la música. Ese mini televisor/consola pegado a la cabecera del asiento tenía casi cinco horas de documentales y discografía que siempre vale la pena revisitar: “Queen live at Wembley”, “It might get loud” y “David Bowie, the last five years”.

Ver el concierto de Queen en Wembley es siempre una experiencia extracorporal. Rockeando al ritmo de “Seven seas of rhye” o “Hammer to fall” te olvidas de que estás volando sobre Venezuela y que el avión te está meciendo. No puedo evitar soltar algunos gallos cuando escucho “Who wants to live forever”. Esta canción siempre me convierte instantáneamente en una plañidera, sin importar la ocasión. Ya puedo estar corriendo en la cinta del gimnasio, en el tren camino al trabajo o en un avión. La letra de esta pieza toca tres temas que la convierten en la balada perfecta: el amor, la pérdida y la imposible promesa de la eternidad. Mis lágrimas incomodan al pasajero de al lado, que me pregunta si estoy bien. Le respondo que sí, y aprovecho para pedirle que se ponga de pie un momento porque he perdido mi cinturón de seguridad.

Luego de este incómodo encuentro me pongo a ver “It might get loud”. Jimmy Page, Jack White y The Edge nos cuentan muy de cerca la historia de sus primeros acordes y cómo los distintos géneros musicales influyeron en su forma de tocar la guitarra. Podría ver este documental cincuenta veces solo para ver a Jack White armar una guitarra con una botella de coca cola. Este documental no te hará derramar una lágrima, pero corres el riesgo de contraer el mono por escuchar un disco de Led Zeppelin . Y esto es algo que no vas a encontrar en un avión. Al menos no en este. Puede que te plantees, solo por unos brevísimos segundos, encender el celular y ver si hay suficiente señal para tocar “Whole lotta love”. No lo hagas, no hay señal.

Con casi cuatro horas de música a cuestas me puse a ver el documental sobre David Bowie. Sin ser fanática de Bowie, esta sería mi tercera vez viendo el documental. La historia detrás del icono pop, el Bowie real, y la manera en que presentan la narrativa de sus últimos dos discos han hecho que vuelva a visitar este largometraje. Este film es una perfecta introducción si conoces poco de Bowie, y si eres fan verlo cantar “Lazarus” te llevará al borde de la lagrimilla. Quizás volverás a incomodar a tus compañeros de asiento, pero qué más da. ¡Has pasado cinco horas junto a Queen, Jimmy Page, Jack White, The Edge y David Bowie!

 

Rocío Valverde
05 de febrero del 2018

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