Hugo Neira

Discursos presidenciales

Discursos presidenciales
Hugo Neira
28 de julio del 2015

¿Cómo se articula lo hecho y por hacer en el gobierno de Ollanta Humala?  

Hace unas semanas, y por razones que no vienen al caso, estuve varios días por Paracas, y en idas y venidas, observé los trastornos que produce la construcción del aeropuerto de Pisco. Me alegró el corazón tal futuro, aunque de inmediato ponga patas arriba el contorno de varios distritos. Me pregunté entonces cuántas de esas obras “macro” estaban ocurriendo en ámbitos lejanos de nuestro territorio. Varios días después, un exalumno, que reside en Puno, se pone a contarme cómo va lo del gasoducto del sur. Hoy, escuché al presidente Humala. Unas obras no serán visibles, como los tramos de la línea 2 del metro en Lima, otras ignoradas, desparramadas en parajes de la accidentada geografía del Perú.

Un discurso de ese estilo no pudo evitarme recordar los de mi infancia. El hábito de entrar en detalles viene de Manuel Prado, primer gobierno (1939-1945), hablaba de sus obras. Ocupaba el poder por derecho despótico, lo eligió el general Benavides como sucesor, y gobernaba con los apristas en exilio o en prisión. De Prado y su listado de lavandería les escuché renegar a mis mayores. Y luego, mientras crecía, me soplé en el colegio estatal los discursos del general Odría, que también lucía obras por doquier. Incluyendo las Unidades Escolares, estupendo aporte, en una de ellas hice mi secundaria completa. Muy superior a lo que apenas alcanzan los de “Alto Rendimiento” del día de hoy. La verdad es que saliendo de la magia de las obras desparramadas por la nación, uno lo que veía era un desolado país muy retrasado. Inmensamente retrasado. Por eso mi generación fue marcada por el ideal de una revolución. No se hizo, pero eso es otra historia.

Debo comentar el discurso presidencial. Es consejo de retóricos latinos: primero la miel, luego la hiel. He visto un Presidente más serio, más en su sitio, lejos de ese comandante más bien juguetón que juramentó por la “Constitución de 1979”, ese primer 28 de Ollantita lo recuerda hoy Ricardo Uceda, en La República. El hombre ha aprendido. Un poco tarde, pero bueno. Eso de aprender oficios, de rey, presidente o papa, lleva tiempo. Luego, un golpe teatral. Lo digo sin reproche. La política siempre ha tenido teatralidad. Eso de ir hablando de acciones de su gobierno y traer y poner en las tribunas a quienes han recibido una beca, al chico o chica con las mejores notas, es un acierto. Otro acierto, la honestidad de hacer la separación de obras, unas completas, otras para el 2016 ó el 2017, y de lo que queda por hacer en Ayacucho o en Huancavelica.

Los listados de obras presidenciales invitan a la verdad, pero por vía lenta, como una combi por la Panamericana. Cuando la monotonía de la lectura y los aplausos de la maquinita hacían sus efectos soporíficos, y el presidente Humala andaba por lo de la escuela de oficiales de Puente Piedra, me había quedado dormido, y en eso me salta al pecho el gato de mi casa. Menos mal. Y me puse a pensar lo siguiente. Qué bien las obras en los pueblitos perdidos, por Tayacaja, por el Putumayo. Una sola pregunta: ¿por qué no lo dijo antes? Es evidente que el presidente no comunica. Ese lujo se lo puede dar, por ejemplo, el Alcalde Castañeda. Incluso “el mudo” gana por su silencio. Pero un Presidente en un país presidencialista no puede callarse la boca.

En fin, tuve la intuición de que hubiera varios Ollanta Humala. Uno, el presidente de obras de infraestructura, no son tantas, pudo ser un paquete tres veces más grande, pero en fin. Hay un segundo Humala, el que habla. Y que hace política con lo primero que se le ocurre como si fuera cualquier hijo de vecino. El que sale a despotricar contra las instituciones legítimas de la nación. Las últimas semanas, en plan de marido ofendido. Cuando lo hace, pierde.  

Tradición del Presidente, bueno o malo, militar o civil, demócrata o tirano, es mostrar su lista de lavandería. Más allá de la cantaleta, queda una cuestión de Estado, si queremos salir del subdesarrollo y dejar de ser un país de progresos fragmentados. Y esa cuestión es cómo se articula todo lo hecho y por hacer: teleférico para el Agustino, agroindustria, parques industriales. No veo en su accionar nexos entre economía y sociedad. No hay plan global. Un Presidente no solo preside. En consecuencia, con todos mis respetos, confieso que sentí un alivio cuando dijo, por dos veces, esta frase mágica: “al término de mi mandato”. El mejor regalo del 28. La Patria le será agradecida.

Por Hugo Neira

Hugo Neira
28 de julio del 2015

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