Mabel Huertas

Disculpen la percepción

Disculpen la percepción
Mabel Huertas
19 de junio del 2014

La ineficiencia del estado frente a la delincuencia

A X lo mataron la noche del domingo pasado mientras inflaba la llanta de su auto. Estaba con su madre cuando dos tipos se acercaron y uno de ellos le disparó en la sien. La madre solo se percató de que X estaba muerto porque cayó inerte. El arma tenía silenciador. No hubo forcejeo, no se llevaron el auto, no le robaron nada. Solo lo mataron y, por si lo sospecha, no era un ajuste de cuentas.

La historia de X es bastante común en la Lima de hoy. Mucho más común es lo que le sucedió a la madre de X después del asesinato: Habían pasado 12 horas y, después de llorar a su hijo, fue a la comisaría para formalizar la denuncia. La policía le dijo que mejor señito venga con un abogado, que sola no puede, y la señora regresó con un abogado.

Un día después, con su hijo aún en el ataúd, la señora no tenía apoyo policial, pero algo podría hacer quien ahora la representaba. Para entonces dos videos, uno de la municipalidad y otro del grifo, ya en poder de la policía, iban a revelar los rostros de los malditos que asesinaron a X. ¡Al fin! habrá suspirado la madre.

Sin embargo 48 horas después nada. La policía le dio la mala noticia: “Señito para contrastar el video de la Municipalidad debemos ver el video del grifo y aquí en la comisaría no tenemos un software para abrir ese archivo”. Poco podría saber la madre de luto sobre softwares y archivos. La justificación era insólita, pero era la verdad. No solo no tenía el software para leer el archivo, tampoco tenían Internet para bajar algún programa que los ayude, o en todo caso enviarlo por correo electrónico.

Más insólita aún resultó la propuesta de la policía: ir a las galerías de la Av . Wilson, el emporio de la piratería cibernética, porque ahí sabrían qué hacer.

Tres días después de la muerte de X, con la denuncia hecha en televisión, finalmente la policía empezó a hacer su trabajo. La señora piensa que no le hicieron caso porque se apellida Quispe, porque su hijo se llamaba Christian Tica Quispe, pero para la policía era X. Esto no pasó en un pueblo joven, sucedió en Surco, en la comisaría de uno de los distritos más pudientes de la capital, el mismo donde reside el Presidente de la República.

Doña María tuvo que vivir 72 horas kafkianas para que el sistema funcione, tiempo suficiente para que los asesinos le saquen la lengua a ud, a mí, a los ciudadanos, a las autoridades, a todos. Multiplique este caso por cada víctima de la delincuencia. En la práctica la cosa funciona así.

El gobierno nos ha dado cuenta de millonarias compras para abastecer a la policía de herramientas para combatir la inseguridad. En los últimos 3 años ha habido por los menos 2 planes nacionales de seguridad ciudadana, uno aprobado en diciembre del 2011, y otro más ambicioso y de largo aliento, en julio del 2013 con miras al 2018 (si, ya sabe que va a pasar apenas llegué un nuevo gobierno). Ambos abundantes en diagnósticos y análisis pero poco realistas. Se han creado comisiones especiales en el Congreso que nunca dieron frutos. El resultado de todos estos “esfuerzos” lo sabemos ud y yo, sobre todo cuando salimos a la calle con la paranoia de que, en cualquier momento, algo podría sucedernos en manos de la delincuencia.

Pero hay quienes no quieren ver ni aceptar que la inseguridad ciudadana se va convirtiendo en un hoyo gigante. Doña María, la madre de Christian no recuerda cuándo, interrogado el Presidente en Palacio de Gobierno sobre la seguridad , respondió que no sabía si era prioridad. Luego de meses, queda claro que no lo es.

Por Mabel Huertas

Mabel Huertas
19 de junio del 2014

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