Dilemas islámicos

Una aproximación acuciosa a los conflictos en el medio oriente

Los dilemas planteados por el islamismo son muchos. Enumerarlos es difícil. Se puede empezar con la fractura sunita–chiíta que se remonta a la muerte de Mahoma en el 632 D.C. Cerca del 90% de los musulmanes son sunitas y los chiítas están concentrados en Irán e Iraq, constituyendo minorías incómodas en todos los países del Golfo Pérsico, Siria y Líbano. Sus orígenes étnicos son distintos - chiítas persas y sunitas árabes -. La lucha entre ellos es más que un conflicto religioso.

Irán es el centro de poder chiíta, pero no sólo eso. Se ve a si mismo como heredero de la civilización persa y de sus ambiciones universales. Se sienten llamados a propalar un islamismo persa a todos los rincones del planeta. Su historia es milenaria y sus lideres piensan en escalas de tiempo acorde a ello. Actúan de manera paciente, calma y deliberada. Pocas cosas los ayudarían más en sus metas que convertirse en una potencia nuclear.

El temor sunita a Irán esta promoviendo un aproximamiento con Israel, irónicamente, cuando está gobernado por Netanyahu, personaje poco contemporizador. Los gestos recíprocos crecen a la par de las murmuraciones sobre cómo podrían frenar el avance nuclear iraní. El silencio árabe durante la última confrontación en Gaza fue elocuente, casi ensordecedor; parecía que egipcios, jordanos y sauditas festejaran con una mal disimulada felicidad la sangrienta paliza propinada a Hamas. Muchos entendidos hablan ahora de un entendimiento árabe–israelí que ponga fin, sin festejos, ceremonias o mediaciones americanas, pero si con hechos concretos en el terreno, al conflicto que los separa.

Otro dilema es la amenaza del llamado Estado Islámico (EIS) y Al-Qaeda. Se trata de movimientos sunitas, y la diáspora de estos por el mundo magnifica su alcance. El EIS controla una amplia extensión territorial que comprende dos países (Siria e Iraq) y amenaza con englobar a todos los vecinos. Además, estos territorios, menos alejados que el Afganistán que en su momento cobijó a Al-Qaeda, están mucho más cerca de los centros neurálgicos de Occidente, convirtiéndose en una base de ataque ideal.

Al mismo tiempo, EIS y Al-Qaeda son sólo las más recientes encarnaciones de fenómenos varias veces repetidos. En cada oportunidad estos movimientos fueron aplastados, en parte gracias a su propia brutalidad, pero sólo después de largas y sangrientas confrontaciones.

En este escenario, para derrotar al EIS y neutralizar a Al-Qaeda, el gobierno de Obama estaría buscando un acuerdo con Irán en la creencia de que la amenaza nuclear de estos sería contenida como lo fue en su momento la de los soviéticos. Obama y sus asesores pensarían valerse de Irán para que sea éste el que destruya al EIS y Al Qaeda, sin importar lo que piensen los díscolos aliados sauditas y los demás países del medio oriente.

Como es natural, Israel y los vecinos sunitas de Irán no piensan lo mismo. Para ellos, pactar con Irán es pactar con el diablo e implica abandonar aliados de varias décadas, todo por unas vagas promesas de buen comportamiento persa. Otros analistas señalan algo más preocupante: Apoyarse en Irán implicaría tomar partido en la fractura sunita–chiita a favor de la tendencia menos numerosa de ambas.

Parte del problema para Estados Unidos es que Obama carece de credibilidad. La opinión pública lo obligó a ordenar ataques contra EIS y cuando lo hizo fue a regañadientes. Los iraníes parecen poco interesados en pactar o dar cualquier concesión. Este escenario y la retórica antibélica de Obama erosionan la capacidad de disuasión militar americana. Pocos piensan que los EE.UU. irían a una guerra, lo que podría acabar siendo un terrible error de cálculo.

En este escenario, cuando pareciera que nadie le tiene miedo, ¿cómo resolverá EE.UU los dilemas que se le plantean?

Por: Víctor Andrés Belaúnde Gutiérrez
(3 Oct 2014)