Rocío Valverde

Diario de carretera: Navidades y Nochevieja

Diario de carretera: Navidades y Nochevieja
Rocío Valverde
02 de enero del 2017

Catorce horas de viaje en automóvil por Europa

"Cinq, quatre, trois, deux, un... Joyeuse année!". Con esas palabras, en una gasolinera en algún lugar de Rouen, empezó para mí el año 2017. Estas fiestas decidimos cruzar el canal en un Seat Ibiza y atravesar Francia en catorce horas bebiendo litros de café con leche para ahorrarnos las más de mil libras en billetes de avión. Funcionó. Sobrevivimos. Ha sido un viaje para no olvidar. Recomendable si se siguen algunas pautas como dividir el viaje en dos días, repostar en la primera gasolinera que veas, porque la siguiente estación de servicio estará a una hora de viaje y, sobre todo, conducir por las rutas nacionales y no las autopistas.

Todo empezó el día 23 de diciembre. Ese viernes teníamos el coche a punto, llantas infladas, rajas de la ventana arregladas, luces cambiadas. Todo genial, excepto que para viajar por Francia necesitas un kit europeo, un alcoholímetro, repuestos de todas las luces y una llanta extra. Ordenamos todo esto por Amazon, pero nunca llegó. Gracias, Amazon. La tormenta Bárbara estaba a punto de azotar a Gran Bretaña y su furia prolongaba nuestro viaje. Tras conducir al límite de la velocidad, llegamos al puerto con media hora de retraso. Por suerte el retraso era general y el ferry aún no partía.

En la frontera nos detuvieron dos veces. Increíblemente en este 23 de diciembre, el día en el que en Italia habían matado a tiros al terrorista que embistió con un camión contra una multitud en un mercado navideño en Berlín, no nos revisaron nada. ¡Nada! Nosotros pensábamos que sería un largo trámite de escaneo de pasaportes, revisión de tarjetas comunitarias y del certificado de matrimonio, etc. Teníamos todo listo en un sobre manila cerrado, tal como me enseñó mi papá. El primer oficial nos vio las caras y nos dijo que siguiéramos avanzando sin siquiera ver nuestros pasaportes. En la frontera francesa el oficial me miró y nos pidió los pasaportes, mas cuando vio a mi paliducho esposo bajar su ventanilla para alcanzárselos nos dijo que siguiéramos. Tal cual. Le bastó ver que los pasaportes eran de color guinda para establecer que no representábamos riesgo alguno. El coche que estaba siendo registrado al lado nuestro tenía unos tripulantes más multiculturales, si entienden esta infidencia.

Hacer abordar a los coches era complicado pues el barco se movía en todas las direcciones sin dar tregua, y los viajeros estábamos a punto de echar hasta la primera papilla. Cuando pudimos abordar encontramos en el barco una escena de guerra. Había cuerpos lánguidos tirados sobre los sofás, las mesas, en el suelo y detrás de las escaleras, y de fondo se escuchaban unos gritos. Los niños jugaban en el patio infantil como si no hubiera un mañana, mientras sus padres se derretían en los asientos. Tras tres horas de pedirle clemencia a Poseidón, y de este hacer oídos sordos, llegamos a Dunkirk.

El viaje hacia el País Vasco fue largo y a tramos se tornaba peligroso por la espesura de la neblina y los conejos suicidas que se lanzaban a la carretera. Las autopistas de Francia hacen que los peajes de Villarán parezcan un niño de teta. Cada tramo en Francia tiene un peaje distinto; y los franceses son tan vivos que cuanto más te acercas a la frontera con España más peajes ponen, aunque más baratos los dejan. Quizás para que no los maldigas cuando compares sus peajes con los España. Estos pagos se puede evitar si toman "les routes nationales", aunque el viaje se alarga aproximadamente dos horas.

Durante el recorrido nos detuvimos en Rouen, la ciudad donde un cura fue ejecutado en su iglesia por dos terroristas. En este pueblo nos detuvimos a comer. Y al pedir una cheeseburguer para mi esposo, en un perfecto inglés, tal como lo tenían en su pizarra de tiza, y algo vegetariano para mí no me entendieron nada. ¿Vegetariano? El dueño y un amigo suyo se miraron y comenzaron a nombrar todos los vegetales que conocían. Supuestamente mi ensalada iba a llevar huevo, tomate, lechuga, pimientos, espárragos, cebolla y más. El dueño nos trajo un churrasco con patatas y una ensalada que llevaba lechuga, tomate, vainitas en vinagre, vinagreta y un kilo de queso rallado por encima. ¡Bon appétit! Estaba rico, no lo negaré, pero me causa gracia como la vida en los pueblos parece que nunca cambia. Es entrañable comprobar que aquí los tomates aún saben a tomates, y cómo piensan que eres un marciano si prefieres un revuelto de setas a un chuletón.

Llegamos al País Vasco sobre las doce de la noche, como un regalo de Navidad más. Mi familia nos había esperado para empezar a cenar. Y al saludar a mi padre y darle un abrazo a mi tía, sobrina y primos el cansancio subyació para dejar que el júbilo se apodere de nuestros abatidos y rebosantes cuerpos. Y así esas catorce horas, que se convirtieron en 18, valieron la pena. Las empanadillas de atún con tomate y el vino también tuvieron un papel importante para llenarme de espíritu navideño.

Tras pasar una semana comiendo la segunda mejor cocina del mundo regresamos a Inglaterra, esta vez acompañados de mi padre. Luego de conducir muchas horas y parar muchas veces en el camino para alimentar a punta de pan con mortadela y queso a las fieras de mi esposo y mi padre nos dieron las doce en un gasolinera. Como dicta la leyenda, lo que haces en año nuevo es lo que harás todo el año; así que espero esto signifique que pasaremos el año viajando y no repostando.

De regreso a Inglaterra un policía escocés en Dunkirk nos revisó los pasaportes, comprobó que íbamos tres en el coche. Todo bien hasta ahí. A unos metros un grupo de policías franceses, que más bien parecían macarras, nos dijeron que abramos la maletera. Le dijimos que estaba abierta que solo tenían que tirar hacia arriba, y un bravucón nos gritó como si fuéramos sus hijos: "Do ij llorjself " que creo significa "ábrela tú huevón". Entenderán que al ver a un grupo de policías de casi dos metros, musculosos y armados lo último que quieres es parecer hostil saliendo de tu coche sin que te lo manden. Pero bueno " we dij it", abrimos la maletera y estaba tan llena que no miraron nada, no tocaron nada, no hicieron nada. Así va la seguridad en Francia. Se nota a leguas que las fronteras son coladeras: falta personal, falta paciencia por parte de los conductores y faltan ganas de hacer las cosas bien.

Aunque traigo un poco de temor en el cuerpo, al comprobar que la seguridad en los puertos es mala, de este viaje quiero quedarme con la alegría de ver a mi tía, la sonrisa de mi padre al hacer alguna travesura y la santa paciencia de mi esposo. Que el nuevo año les traiga aventuras, anécdotas, amistades, salud y buena comida.

Por Rocío Valverde

Rocío Valverde
02 de enero del 2017

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