Derrotar al terror

El mausoleo senderista es una burla al Estado peruano

En los años ochenta del siglo XX la opción terrorista buscó destruir el estado de derecho y la democracia para imponer su particular punto de vista a sangre y fuego. Se burlaba de la inmensa mayoría de ciudadanos al manifestar públicamente que hacían uso de lo que denominaban “los resquicios de la democracia burguesa”. Han pasado 24 años desde que la captura de uno de los líderes subversivos más sanguinarios del mundo marcó la derrota militar de esa organización. A los pocos meses de esa detención, negoció mejores condiciones carcelarias a cambio de pedirle a sus huestes aceptar un acuerdo de paz y suspender toda acción terrorista.

Abimael Guzmán había perdido la guerra desde el punto de vista militar y, en el ínterin, era consciente de que debía privilegiar la acción política. Guzmán es astuto, solo buscaba ganar tiempo. En la actualidad él sabe que no podrá encabezar militarmente a su organización, que la única opción que tiene es empezar a construir una imagen de mártir, “de sacrificio en busca de la justicia social”.

Ordenar construir un “monumento”, aunque sea al interior de un cementerio, tiene por finalidad dar inicio a los preparativos para su futuro funeral. Él sabe que la muerte no es ajena a nadie y que en su caso podría estar cerca. Abimael ha tomado la decisión política de que su entierro se realice en un cementerio popular, pudiendo fácilmente haber sufragado un ambiente más exclusivo. ¿Por qué no lo hace? Porque quiere reforzar el mito de “líder justiciero y popular que quiso hacer algo bueno, pero quizás se equivocó en la forma y en la oportunidad de iniciar su revolución”. Nada más falso.

La subversión se equivocó en su análisis político, militar, económico, social y, si hubiese iniciado sus acciones en nuestros días, también ambiental. En lo político, su propuesta era “estás conmigo o en contra mío”. Por lo tanto, un opositor se convertía en su enemigo y debía ser eliminado. Según ellos, se debía incendiar la pradera para que, como en el mito del ave Fénix, surja de las cenizas una nueva sociedad con su propuesta de “nueva democracia”. Las sociedades son un continuo, con sus periodos de apogeo y crisis. De ambos episodios se aprende, pero en ningún caso el exterminio de unos construye un estadio superior.

En lo militar, los cálculos de la subversión se basaron en el ensimismamiento, en la soberbia, en la acción prepotente en contra de una sociedad atemorizada que demandaba —en voz baja— acabar con la subversión, sin tener en cuenta los riesgos y consecuencias que ello podría implicar para quienes le hicieron frente. En lo económico, buscaron agudizar la crisis, con la creencia de que la indignación popular, por la incapacidad de la clase política gobernante, terminaría por respaldarlos. Ni siquiera el 8 de agosto de 1990, fecha en que se tomaron las medidas para sincerar la economía, sirvió de estímulo para incrementar el número de sus partidarios. La inmensa mayoría de la población estaba en contra de la hiperinflación, pero ello no significaba respaldo alguno al accionar del terrorismo.

El terror ha construido su propio Museo de la Memoria para poner en tela de juicio la versión histórica de lo acontecido. Busca resaltar los errores, excesos y delitos de la respuesta del Estado en tanto que ocultan los propios. Se presentan como víctimas ante las nuevas generaciones, con la intención de borrar de la memoria colectiva que fueron ellos quienes iniciaron la masacre que vivimos entre 1980 y 1992. El Estado ha sido sorprendido y burlado en los resquicios de su legalidad. Es hora de dejar la candidez.

Guillermo Vidalón del Pino