Nancy Arellano

¿Decretar la emergencia política?

Como resultado del enmarañamiento de los procesos

¿Decretar la emergencia política?
Nancy Arellano
15 de marzo del 2017

Como resultado del enmarañamiento de los procesos

El Perú atraviesa, no por primera vez, una emergencia por lluvias. Pero lo que más indigna es la emergencia que hay detrás: la política. La emergencia política —esa no decretada, pero vivida diariamente por muchos peruanos— cuesta finalmente vidas y bienes. Desde la inseguridad que sigue galopante, pasando por la infraestructura que aún no logra encaminarse, y finalmente las políticas públicas que adolecen de norte y concatenación.

Sin una visión de país difícilmente podemos encontrar el rumbo. Si no sabemos a dónde  y cómo queremos llegar, por más que tengamos el auto, el combustible y hasta los snacks no sabremos conducirnos hacia el destino de la forma más óptima. La carencia de norte se debe en principio a la ausencia de liderazgo político-partidista, luego a la mala costumbre de la improvisación. Un mal que no solo aqueja al Perú sino que inunda a toda América Latina. 

La improvisación y la informalidad hacen que nazcan y mueran liderazgos políticos por doquier, hacen que se postulen y obtengan curules y gerencias gente poco preparada para gerenciar los recursos públicos o la agenda política del país. La improvisación hace que muchos opinen, una y otra vez, sobre los mismos problemas y no terminen por apuntar con nombre y apellido a los que tanto mal hacen al espacio común.

La reforma electoral que está en curso solo puede ser efectiva si se aprovechan las tecnologías de la información, tanto al interior de los partidos como entre ellos. Se trata de efectivizar los canales de discusión política, la gestión financiera de la política y los espacios de denuncia de los actores políticos que burlan la voluntad popular.  Sin una evolución, en términos de sistema político, difícilmente el aumento demográfico y la complejidad de la sociedad actual permitirán la organización eficiente y eficaz para responder, democráticamente, a las demandas de la población.

La falta de orden impone que se reestructuren desde los sistemas de diagnóstico (líneas base) de las políticas públicas hasta el diseño (pasando por la cara financiera del plan) y, por supuesto, los sistemas de control que deben involucrar necesariamente a los receptores de las políticas públicas y la efectiva respuesta a las necesidades que motivan el gasto público.  Los canales de recolección de data, más allá de las encuestadoras, están ahí. La tecnología brinda hoy formas directas de comunicación como nunca antes se habían visto. Y son subutilizadas por líderes poco capacitados para gerenciar.

Muchos mentan el e-government como una tendencia, pero pocos se sientan a entender el entramado o a operativizarlo como es debido. Esto último debe pasar por crear espacios de aprendizaje de tecnologías de la información, por la creación de espacios abiertos a la opinión pública, y la rendición de cuentas por parte del ejecutivo y del legislativo sobre la penetración de las TIC. Pero también por el conocimiento de qué hacen con la data que obtienen y cuándo la obtienen.

La emergencia política es el resultado del conveniente enmarañamiento del sistema en función de liderazgos arcaicos que no solventan los procesos políticos, sencillamente porque no les convienen. Las lluvias hoy dan cuenta, visiblemente, de lo que ya sabemos. ¿Quién hará finalmente algo? Es la pregunta que queda abierta.

Nancy Arellano

 
Nancy Arellano
15 de marzo del 2017

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