Carlos Adrianzén

Cuestión de (creciente) desconfianza

Tres motivos para desconfiar del pedido del Ejecutivo

Cuestión de (creciente) desconfianza
Carlos Adrianzén
18 de septiembre del 2018

 

Pisemos el suelo. El actual conflicto entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo no es el fin del mundo, pero nos golpeará. No solo refleja la lucha por cuotas de poder entre estos dos ámbitos burocráticos, refleja gráficamente cómo somos los peruanos hoy. Cómo elegimos, cómo exigimos y —sugestivamente— qué esperamos de quienes nos gobiernan.

Muchos, al enfocar los resultados de las últimas elecciones generales (que no le da mayoría congresal al bando presidencial), culpan implícitamente a los electores. Eso de darle mayoría congresal a la oposición es un resultado que produce una suerte de urticaria violenta a los siempre entusiastas colaboradores del Ejecutivo. Para estos puntos de vista, cualquier tamiz que se le imponga al Ejecutivo desde el Congreso es una extrema barbaridad. Y es que este colador puede implicar límites sobre la arbitrariedad usual de ese proveedor masivo de negocios privados —consultorías, compra de bienes y servicios, rescates empresariales, subsidios, contratos de obra pública y sus adendas, contratación de publicidad y avisaje en los medios periodísticos privados, etc.— que hoy gasta anualmente cerca de US$ 70,000 millones.

Si bien encuentro comprensible la frustración de quienes aspiran —con la gracia de quienes controlan el Ejecutivo— a disponer de los botines presupuestales, no veo ninguna tragedia en que el Ejecutivo se vea limitado u obligado a conciliar con un Legislativo opositor. Debemos recordar que nunca nos fue tan bien con un Ejecutivo que tenía mayoría congresal. Aquí cabe reconocerse que el patrón —los electores— habló y subsecuentemente el Ejecutivo deberá hacer gala de transparencia y de liderazgo, conciliando. Las pataletas son muestra de incapacidad, o algo más.

Dicho esto, cabe reconocer un detalle adicional. Los electores, al elegir por un lado al bando de Pedro Pablo Kuczynski para liderar el Ejecutivo y por otro a una abrumadora mayoría congresal liderada por Keiko Fujimori, eligieron —entre lo que había— a los mejores. Sí, estimado lector, a los candidatos o bandos menos malos para las dos diferentes mitades de electorado. Si usted se atreve a ponderar fríamente este resultado electoral bajo la perspectiva política de un país partido, entenderá los resultados del proceso electoral del 2016.

Lamentablemente, los escándalos de corrupción y la despreciable calidad de las iniciativas de gobierno planteadas, resultaron descubriendo al público lo que son; trayectorias, capacidades y sombras incluidas. Y esto no solo es penoso, es algo muy costoso. Ambos descubren liderazgos carentes de una visión económica lúcida, por lo cual producen creciente desconfianza, interna y externamente. Nótese aquí que hablamos de una influencia cuya factura hoy no se nota por lo elevado de los términos de intercambio (ese ratio entre los precios de los productos que vendemos y compramos del exterior).

Sobre esta primera fuente de desconfianza emerge otra. Tanto el Ejecutivo, hoy liderado por Martín Vizcarra, cuanto el variopinto Legislativo tratan de sobrevivir una sucesión de huaycos políticos asociados a escándalos de corrupción que hoy cuestionan la integridad de virtualmente todos los estamentos del Estado Peruano. Desde los rojos hasta los naranjas. Así, al tratar solo de sobrevivir, no hacen nada relevante por ordenar la casa. El gran incentivo procorrupción burocrática no es enfrentado, mientras las sombras personales no solamente propiciaron la renuncia de PPK, sino que hoy se acercan a las cabezas de los dos bandos.

Así las cosas, anteayer el Presidente ha ofrecido que su gabinete presentará un drástico pedido de voto de confianza para imponer las iniciativas que presentó al Congreso en su discurso por Fiestas Patrias. Los cambios de reglas propuestos por Vizcarra para ámbitos electorales y judiciales —aunque cantinflescos para muchos juristas locales— son populares, pero el vocablo “reforma” les queda muy grande. Y claro que sí desarrolla una tercera fuente de desconfianza. Una desconfianza no atribuible solamente a los cambios de reglas electorales y judiciales (muy cercanas al status quo), sino también a los contrabandos paralelos.

En medio de esta batahola nos están contrabandeando cambios de reglas en materia económica nada lúcidos. Discretamente, ambos bandos o bandas van introduciendo decisiones presupuestales, tributarias, laborales y previsionales, introducidas sin mayor discusión y posiblemente, sin la más elemental reflexión.

Después de todo, la mayor parte de los peruanos está bastante distraído, tanto por los escándalos de corrupción como por el ya grotesco choque entre los partidarios de Vizcarra y Fujimori, cuanto declara estar más que entusiasta con que cercenen su libertad de elegir congresistas o que estos vuelvan a elegir bandas de magistrados del Poder Judicial.

Todo esto —nótese— con el mismo entusiasmo mediático y resultados en las encuestas de opinión pública que acompañaron a las desastrosas iniciativas económicas del gobierno de la alianza del Apra y la Izquierda Unida a mediados de los ochenta. Y tengámoslo muy en cuenta: hoy los peruanos no solo sufrimos los embates de una, hay cuando menos tres cuestiones de desconfianza en juego. Sus impactos negativos en materia económica son inciertos, pero no lo creciente de su escalada.

 

Carlos Adrianzén
18 de septiembre del 2018

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