¿Cuál es la medida del diálogo?

Todos ponderamos el diálogo. Es positivo y debe llevarse a cabo siempre que se actúe de buena fe.  En los años ochenta del siglo pasado, durante la época del terror ¿alguien consideraba que se podía dialogar con los alzados en armas para hallar una solución a la plataforma reivindicativa que proponían? ¿O sabíamos que todo ello era parte de una estrategia orientada a “agudizar las contradicciones”?

Lamentablemente, la historia nos ha demostrado que la subversión se infiltró en sindicatos y organizaciones populares, y que amenazó y asesinó a quienes no se sometieron a sus designios; porque el objetivo no era hallar una solución para lograr acuerdos de buena fe, sino todo lo contrario.  A propósito, en la actualidad, la subversión ya no opta por la acción armada porque sabe que volvería a ser derrotada por las Fuerzas Armadas y Fuerzas Policiales, pero sí hace uso de lo que denominan los “resquicios de la democracia burguesa”. En la actualidad, su objetivo es capturar los sindicatos de las principales actividades económicas y frentes populares para desestabilizar al Gobierno y propiciar una respuesta que correrá siempre el riesgo de convertirse en desproporcionada, tal como ocurrió en los años noventa.

En estos días estamos judicializando la corrupción, lo cual es positivo. El Gobierno de Martín Vizcarra hace bien en tratar de que este tema sea manejado en las instancias respectivas y bajarle el tono político que lleva implícito.  En otras palabras, respeto a la independencia y autonomía de las instancias de Gobierno. Ergo, el mensaje implícito es que debemos apoyar la gobernabilidad y la forja de la institucionalidad.

Lo que no queda claro es si en los niveles más altos del Gobierno se entiende que la dinámica del desarrollo implica echar a andar las inversiones, porque estas generan empleo directo e indirecto, contribuyen a la formalidad, reducen la pobreza y permiten al Estado disponer de mayores recursos económicos para aliviar tensiones sociales mediante la ejecución de inversiones en salud, educación e infraestructura, principalmente.  El desafío es cómo lograrlo si al mismo tiempo emitimos mensajes contradictorios a los inversionistas. Un día se dice que se respalda una inversión y unos días después se dice que no hay apuro. ¿Opinarán las personas que están perdiendo su empleo formal, por el menor dinamismo de la economía, que ellos tampoco tienen apuro en que se generen nuevas oportunidades de empleo? Definitivamente no.

Volviendo al diálogo, cabe recordar que Camisea se concreta después de 21 años del anuncio de confirmación de un volumen importante de reservas de gas natural; y se logra después de que hubo una gran agitación política en contra del desarrollo del proyecto.  Hoy, numéricamente, los sectores más favorecidos con gas natural son los hogares de los sectores C y D; además de la industria, que accede a un combustible más económico y que la hace más competitiva frente a productos de otros lugares, con lo que facilita su incursión en otros mercados internacionales. ¿Quiénes se opusieron a Camisea? Algunas ONG y sectores del espectro político vinculados a la izquierda.  Quienes promueven “el diálogo” respecto de otros proyectos de inversión extractiva para no arribar a ningún acuerdo, precisamente, son los mismos que se opusieron a Camisea y a otros proyectos similares.

El diálogo de buena fe implica que la autoridad proponga una agenda, defina un plazo y supervise que ambas partes cumplan con lo acordado. Un diálogo sin medida es una clara señal que alimenta la incredulidad en los inversionistas.