Raúl Mendoza Cánepa

Contar la vida

Reflexiones de un escritor sobre su propio proceso creativo

Contar la vida
Raúl Mendoza Cánepa
25 de junio del 2018

 

Un periodista pregunta por qué hacemos literatura. Es una interrogante que diversos escritores la han contestado según su drama: “para soltar demonios” o “para ser querido”. Y la lista es inútil para explicar un proceso creativo cuyas causas atañen a cada autor. Aun cuando sea (en tanto) una novela reciente de Amazon, La entraña del mal (escrita en 2015) nació de mi urgencia de romper diques y volcar las densas aguas para esparcirlas. Cuando alguien minimiza nuestra urgencia de ser leídos la indignación tensa mis arterias, pues equiparo la ansiedad de encontrar un lector al imperio natural de ser escuchados. Nadie habita un laberinto sin enloquecer.

Tras una pérdida súbita (una tarde de 2015) hurgué un habitáculo perfecto para escribir una novela sobre el luto (válido no solo para nuestros muertos) y lo hallé en la silenciosa biblioteca del Goethe. “Escribe apretando los dientes”, me aconsejó un laureado escritor y eso hice. Ahondé en el estudio del proceso de emociones y pensamientos que llevó a Mark David Chapman a asesinar a John Lennon en diciembre de 1980. “Son las diez, dijo Chapman. La mujer de la chalina roja apretó las cejas y afiló los ojos (…) era el último que desde las cinco se había apiñado entre esa multitud solo para ver el rostro de Lennon o, quizás, tocar alguna partícula de aire caliente desprendido de su aliento en aquel invierno neoyorquino (…) había estudiado cada uno de sus movimientos (…) El viento helado le erizaba la piel, pero ya había soportado más de cinco horas sobre la calzada del Dakota. El hombre alargó sus dedos en el bolsillo del sacón para extraer las últimas monedas que le quedaban. Había sido un mal día. Revisó el contorno metálico de su arma, tasó el peso y la textura. Debía ejecutar el plan según las pautas, aun derrotando a la helada de la noche y los delgados filones de aire que se colaban por sus fosas nasales (…)”.

Si hallamos una causa de la escritura que pueda añadirse quizás sea esa. “Un recurso para no perder la razón cuando las emociones sobrepasan al pensamiento: el dolor, la ira, la frustración, la indignación, el miedo, la incertidumbre, la pérdida”. De alguna manera en toda ficción hay algo de la realidad propia que se disfraza para no escandalizar. “A mediados del año pasado muchos cambios empezaron a gestarse en el Covenant College, los que me colocaron en el linde del fin (…). Hoy no miro hacia atrás. Agotó las llamadas, reviso mi buzón sin respuesta y, resignado a mi nueva situación, opto por refugiarme en el silencio monacal de una abigarrada biblioteca presbiteriana en Highton Street (…)”.

Aunque el narrador es Chapman, el autor nunca deja de ausentarse de su propia voz, lo que coloca en out la teoría del escritor ausente. La literatura es un rompecabezas del inconsciente, un mundo reorganizado sin deliberación que los escritores no nos atrevemos a interpretar ni admitir en altavoz. Freud nunca tocó los vericuetos psicológicos de los escritores, aunque habitemos sutilmente y de alguna manera nuestras propias obras. “Me levanto cada mañana como un cuerpo sin alma, con los ojos caídos como dos colgajos muertos y secos. Tomo un desayuno ralo y me abandono a mi destino. Caminar sin rumbo por las calles de Diamond Head se convierte en mi ritual (…)”. Las pérdidas se arrastran: “Dicen que aquellos a los que se les ha amputado un miembro lo siguen sintiendo como si aún prendiese de su cuerpo. Para eludir la ilusión del mutilado, poco a poco me alejo del centro la ciudad (…)”. Los paralelos simulan, pero existen.

Dice Karl Ove Knausgård: “Lo que hago al escribir es buscar que lo que escribo esté vivo y que sea verdadero". En realidad, siempre lo hacemos, aunque no queramos lamer nuestras propias heridas ni admitirlo. Ocurre que algunos narradores son explícitos en contarse a sí mismos, pero en el fondo, y cual sea en el contexto de la historia contada, se reúne en toda obra (como en los sueños inexplicables) los fragmentos dispersos y distorsionados de la vida y desgarros del autor.

 

Raúl Mendoza Cánepa
25 de junio del 2018

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