Jorge Morelli

Cómo acabar con los huaicos (los antepasados sabían)

Cómo acabar con los huaicos (los antepasados sabían)
Jorge Morelli
02 de marzo del 2016

Inédita anécdota de Alberto Fujimori  y la prevención de desastres naturales

Todos los años en esta época repetimos el mismo libreto gastado frente a los huaicos. Mucho peor con El Niño. No hay prevención, no hay capacidad de respuesta. La solución, sin embargo, la conocían bien nuestros antepasados.

Permítanme narrar una historia aleccionadora al respecto. Durante el Niño de 1998, que fue de los extraordinarios, un ingeniero sentado en una roca en medio del Rímac se preguntaba qué hacer para evitar la inundación de Gambetta en el Callao. Se decía que debía haber una solución para prevenir mucho antes este tipo de desastres, no cuando ya eran una realidad presente.  

Volando sobre Ayacucho algún tiempo después, divisó en la puna unas formaciones –unos círculos concéntricos-. Claramente, eran obra humana, pero muy antigua. Preincaica, claramente. Ya en el lugar, descubrió el secreto: eran o habían sido zanjas de algo menos de un metro de profundidad y un metro de ancho que se extendían por la ladera de la puna una a veinte metros de distancia de la siguiente en círculos concéntricos alrededor de un promontorio en el terreno.

No eran acequias, puesto que carecían de pendiente. Por el contrario, habían sido hechas cuidadosamente a cota de nivel, a la misma altura en todas sus secciones. Luego de mucho cavilar dio en la clave: los círculos –cada uno alrededor del anterior en una extensión considerable de la puna- eran una red para atrapar el agua de las lluvias, impedirle correr hacia la pendiente, obligarla a meterse dentro del suelo y gotear por vías naturales dentro de la montaña y luego salir más abajo, sin causar daño, por todos los puquios naturales regando todos los pisos ecológicos. Es muy simple, si el agua no puede correr a la pendiente, no puede causar un huaico.

Averiguó entonces este ingeniero cuántas hectáreas de punas del Perú, desde Puno hasta Cajamarca, podían ser trabajadas de este modo innovando, además, esa tecnología ancestral. La respuesta fue que el potencial era de dos millones hectáreas que, con zanjas en círculos concéntricos, podían ser convertidas literalmente en esponjas para absorber el agua y retenerla en la altura.

Calculó, luego, tomando el promedio anual del volumen de lluvias sobre la Sierra, que en cinco años esos dos millones de hectáreas permitirían almacenar diez mil millones de metros cúbicos de agua dentro de los Andes. Ese volumen es similar al del lago Titicaca, equivalente a cuatro veces la suma de los diez reservorios de agua del Perú.  

Y estimó que no sería caro. El costo estaría alrededor de los cuatrocientos dólares por hectárea. Un total de 800 millones de dólares (menos de la quinta parte de la Línea 2 del Metro de Lima).

Hizo, entonces, un ensayo. Con el torque adecuado del tractor y la aleación adecuada –que mandó a hacer- de las cuchillas para abrir el suelo compactado y congelado, abrió zanjas y sembró árboles a ambos lados de cada una en la puna de Junín. Con los años, los pinos están hoy grandes, alineados de a dos a cada lado de la zanja ya casi borrada, y donde el árbol hace ahora el trabajo de retener el agua y fijarla en el suelo. Los comuneros de Paccha cuidaron el bosque hasta lo que es hoy y viven de él.

¿Quién es este ingeniero? Es un peruano como pocos. Usted ya lo habrá adivinado. Se llama Alberto Fujimori.

Jorge Morelli

 
Jorge Morelli
02 de marzo del 2016

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