Darío Enríquez

Comienza la fiebre extrema del fútbol mundial

Mientras nuestra precaria democracia se muestra incapaz

Comienza la fiebre extrema del fútbol mundial
Darío Enríquez
13 de junio del 2018

 

Más de 3,000 millones de televidentes verán la inauguración del Campeonato Mundial de Fútbol. Nunca más oportuno el inicio de la gran fiesta del fútbol mundial, nuestro país necesita a gritos otra pausa con impacto similar a la llegada del Papa a inicios de este año 2018. Imaginamos que el presidente Vizcarra aprovechará el tiempo que gane en las próximas semanas para afinar el lanzamiento de las reformas de segunda ola que nos hagan volver al camino del crecimiento y la reducción de la pobreza, y que serán las bases del desarrollo. Queremos creer.

En términos políticos —más allá de tantos errores y tantos desatinos desplegados en forma recurrente, tenaz y punible por Fuerza Popular— el partido neofujimorista mantiene su tercio electoral. Pese a la campaña sistemática de la ultraconcentración de medios contra ese partido —la primera mayoría en el Congreso— no se ha afectado el apoyo que el fujimorismo mantiene en los sectores populares. Pero la impaciencia de todos comienza a crecer, en especial de aquellos —fuera del tercio— sin cuyo apoyo la elección presidencial del 2021 sería otra vez adversa. Por otro lado, la feroz campaña mediática —sin duda ligada a la ley que reduciría la publicidad estatal en los medios privados— ha endurecido las posiciones contrarias, y la irracionalidad del odio político antifujimorista ha alcanzado límites muy peligrosos.

Si alguna merma hay en la potencia electoral de Fuerza Popular bajo el liderazgo de Keiko Fujimori es la que ha perpetrado desde dentro el grupo que encabeza (no podemos decir lidera) Kenji Fujimori. Sin embargo, llegado el momento electoral clave de las regionales y municipales a fines de este año, podremos ver una primera expresión tangible de esa posible merma.

Lo indicado líneas arriba es apenas descriptivo. Nuestra democracia sigue siendo una democracia sin partidos. Esa debería ser nuestra mayor preocupación, porque la colectividad política más organizada, la que recibió por voluntad popular una inédita mayoría absoluta en el Congreso y logró elegir representantes en todas las regiones, no es propiamente un partido. Su lideresa Keiko Fujimori ha construido un movimiento que trata de convertirse en partido, con resultados bastante discutibles. La selección de cuadros políticos electorales fue muy mala. La convocatoria “abierta” a líderes locales alcanzó una interesante cobertura geográfica, pero permitió el ingreso de personajes más cerca del prontuario que de la biografía ciudadana. El partido funcionó más como una agencia de empleos que como un grupo político. Una agencia de empleos que hizo muy mal su trabajo. Si a ello agregamos el escaso compromiso con la ideas fundamentales que todo partido debe tener, el saldo es claramente negativo.

Sin partidos no hay democracia. Tampoco nos debería preocupar tanto, si tenemos en cuenta que la democracia solo es un fetiche si no hay libertad. Por eso, pese a todo, desde las reformas de los noventa, que devolvieron a los ciudadanos prerrogativas que habían sido confiscadas por el régimen socialista estatista que imperó entre 1968 y 1992, hemos construido una democracia precaria pero real. Lo fundamental, el derecho de los ciudadanos y las familias a diseñar y seguir su propio plan de vida ha sido reconocido ampliamente, pese a las lógicas restricciones materiales, propias de la grave crisis que debimos enfrentar y resolver.

Sin embargo, las febriles ideas estatistas —que justifican a políticos metiendo las narices en donde no les importa— regresan neciamente, ocupando espacios importantes en todos los movimientos políticos. Incluso dentro de Fuerza Popular hay corrientes estatistas que tienden a conculcar libertades a los ciudadanos, bajo la errónea creencia de que el Estado puede solucionar problemas, cuando sabemos que el Estado es el problema. Sin el principio de “Estado mínimo” no habrá eficacia en la lucha contra la corrupción ni en la promoción de la inversión privada, mediante un clima de negocios de mínima intervención y máximas libertades. Como en el fútbol, el tiempo pasa, el tiempo no se detiene. Jugamos los descuentos y el empate no sirve.

 

Darío Enríquez
13 de junio del 2018

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