Octavio Vinces

Ciudades de Dios

Ciudades de Dios
Octavio Vinces
23 de abril del 2015

En uno de los momentos culminantes del filme Ciudad de Dios (Fernando Miralles, 2002), Ze Pequeno, el malhechor y traficante de drogas más temible de la favela carioca de la que la película toma su nombre, reclama airadamente a Bené, su socio y único amigo, el no haberle permitido castigar con la muerte a un bandido que había asesinado a una mujer embarazada. «El que mata en la favela debe morir como ejemplo, sabes que esa es la ley», escupe con tono casi moralista, a lo que Bené simplemente responde: «Necesitas una novia, Ze».

Ciertamente Bené se presenta como el personaje más ambiguo de la película. Aliado y cómplice principal de Ze Pequeno, compinche suyo desde su niñez —cuando Ze Pequeño respondía aún al nombre de Dadinho—, es al mismo tiempo un hippie soterrado, un cultor del amor y de la paz que decide abandonar el crimen para irse con su chica a una granja a criar animales y fumar marihuana. Pero antes de llegar a poner en marcha su plan romántico, Bené muere abaleado por el mismo bandido que días atrás había salvado de las garras de Ze Pequeno. La advertencia de este último parece resonar en los oídos de todos: «Cría una culebra y te morderá».

La muerte de Bené es el detonante de una guerra a muerte entre las facciones de Ze Pequeno y Sandro Cenoura, el otro gran traficante de drogas de la favela. Al final de esta guerra todos terminarán brutalmente asesinados, incluido Mane Galinha, un buen ciudadano que había sido empujado al mundo de la violencia más terrible a causa de su deseo de vengarse de Ze Pequeno, quien había violado a su novia, matado a su hermano y destrozado su casa.

En algún momento Buscapé, un muchacho pacífico de la favela que sueña en convertirse en fotógrafo y es el narrador y personaje principal de la película, explica que Ze Pequeno es simplemente un ser obsesionado con su trabajo y su objetivo de dominar el tráfico de drogas en la favela. «Si su negocio hubiera sido legal, Ze Pequeno habría sido hombre del año», afirma con destacable ironía.

Que monstruos de esa calaña sean los habitantes de una localidad bautizada con el mismo nombre del clásico de San Agustín de Hipona, parece una contradicción que nos invita a pensar en tantas otras. Instituciones santas, nombres resonantes, prestigios envidiables, pueden también ser el escondrijo de seres ominosos. Ze Pequeno con su personalidad arrolladora, definidamente encaminada a sus fines y apegada a un método —la personalidad de un visionario o un predestinado que jamás reconoció a superior alguno y siempre actúo según su propio criterio— evoca la de otros tantos, tal vez más finos, más elegantes y sofisticados, pero en el fondo igual de abominables. Como también lo hace la de Bené, siempre rebosante de simpatía y doble moral. Sandro Cenoura representa la competencia, esa entidad maligna que no debería existir y cuyos intereses —o negocios o afectos o seguidores o fieles— provocan copiosas salivaciones en bocas ajenas. Y también están los Mané Galinha, los tipos buenos que se dejan arrastrar —carecen de toda alternativa, qué remedio— a situaciones que se escapan de su control.

Lo único cierto es que todos morirán, que de una u otra forma serán aniquilados. Y que vendrán otros a tomar sus posiciones y su territorio, como la banda de Los enanos, que termina apoderándose de los negocios de Ze Pequeno y Sandro Cenoura.

Al final de todo Buscapé no deja de ser un personaje afortunado. No puede huir, pero al menos trasciende fungiendo de cronista más o menos independiente de la debacle. Una especie de Hobbes carioca. Homo homini lupus. El hombre es un lobo para el hombre: cuánta razón pareces haber tenido, sir Thomas.

Por Octavio Vinces
23 -Abr - 2015

Octavio Vinces
23 de abril del 2015

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