Javier Agreda

Cisneros vs. Cisneros

Cisneros vs. Cisneros
Javier Agreda
25 de septiembre del 2015

Crítica de la más reciente novela de Renato Cisneros

Con una oferta libresca tan amplia como la actualmente existente, en la que se suman siglos de producción literaria, es obvio que ninguna vida alcanzaría para leer todo lo que uno quisiera. Por eso, quienes leen “profesionalmente” prefieren evitar a los autores debutantes; y si algún escritor “novel” los decepciona, no le dan una segunda oportunidad. Eso les habrá pasado a muchos con Renato Cisneros (Lima, 1976), reconocido periodista que en el año 2010 debutó como narrador con la novela Nunca confíes en mí, una fallida historia de amor con un humor demasiado grueso, casi de programa cómico de televisión. No leímos Raro (2012), su segunda novela, que según las reseñas es similar a la primera; sin embargo, su tercera novela —La distancia que nos separa (Planeta, 2015) representa un tremendo salto cualitativo en su narrativa y es la novela peruana más vendida en lo que va del presente año.

La distancia… es una interesante aproximación de Cisneros a la figura de su padre, Luis “el Gaucho” Cisneros, un destacado militar con decisiva participación en la política peruana durante más de veinte años, ministro de Morales Bermúdez (1976-1979) y Fernando Belaunde (1981-1983). El escritor hace una detallada investigación acerca de la vida de su padre (remontándose hasta sus tatarabuelos) y a partir de ella elabora una amplia biografía novelada, narrada en primera persona (autor-personaje-narrador) y en la que algunos personajes (como la madre del narrador) aparecen ligeramente “ficcionalizados”, cambiándoles el nombre o retocando sus historias. El eje del relato es la propia investigación del narrador, y lo que impulsa las acciones son los descubrimientos de episodios poco conocidos del pasado del padre.

Planteada de esta manera, la novela parece adscribirse al tan promocionado boom de las “autoficciones”, libros casi autobiográficos en los que la realidad se complementa con detalles ficcionales, y en los que siempre están presentes los cuestionamientos personales y las reflexiones “metaliterarias”; es decir, sobre el propio proceso de la escritura de la novela. A pesar de que todos esos elementos están presentes en esta novela (incluso podemos “ver” varias veces al personaje narrador escribiendo su libro), no llegan a tener el desarrollo o el peso suficientes como para que la novela se convierta en una autoficción; especialmente si tomamos como modelo de este tipo de libros a obras como La tía Julia y el escribidor (1977) de Mario Vargas Llosa.

La principal razón de que no se concrete la “autoficción” es la poderosa personalidad del general Cisneros, que ni en esta novela parece resignarse a tener un papel secundario. Por eso las mejores páginas están en la segunda mitad del libro, cuando el autor se deja llevar por el torrente de las peripecias políticas de su padre, durante sus años de cercanía al poder político. En estos pasajes se hace más notoria la honestidad con que el autor ha trabajado, sin evitar los aspectos más oscuros y problemáticos de la vida de su padre, tanto personales (sus amantes y su machismo) como políticos; ni siquiera su participación (en coordinación con la dictadura militar argentina) en la abominable Operación Cóndor. Superando ampliamente los errores de sus dos primeras novelas, Renato Cisneros logra que La distancia que nos separa resulte una objetiva y muy interesante biografía novelada.

 

Por: Javier Ágreda

 
Javier Agreda
25 de septiembre del 2015

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