Manuel Erausquin

Cien años de hechizos

Cien años de hechizos
Manuel Erausquin
17 de septiembre del 2014

La extraordinaria vigencia literaria del escritor argentino Adolfo Bioy Casares

Su obra estuvo insuflada por los vientos de lo fantástico. Sus personajes buscaban un escape, un nuevo espacio para respirar y seguir viviendo. Algunos críticos asocian esta interpretación literaria con su rechazo a Perón y sus ‘canas al aire’, donde huía de sus amantes cuando presentía que su esposa lo iba cercando. Así era Adolfo Bioy Casares, el escritor argentino que nació en cuna de oro y que supo transmitir un imaginario inquieto y personal en las páginas que escribió. Una obra que empieza a despuntarse desde La invención de Morel, una opinión que surgió del propio autor y que sostenía con tesón e incluso con obsesión. Todo lo hecho antes, no existía para él. Libros fallidos pertenecientes a tiempos de formación literaria. Para Bioy Casares el mejor destino de esos libros de iniciación era el fuego. Él hubiera encendido la primera mecha sin dolor o autocompasión. Sin embargo, solo optó por prohibir su reimpresión.

Se le conoció también por ser el gran amigo de Jorge Luis Borges. Los maledicentes decían que el autor de la Historia universal de la infamia lo eclipsaba. De pronto, algunos los percibieron de esa forma, pero ambos amigos siguieron con absoluto entusiasmo sus caminos creativos y compartían sus percepciones intelectuales en una atmósfera de complicidad. Borges acudía una o tres por veces por semana a cenar a la casa de Bioy Casares, quien además estaba casado con la escritora y pintora Silvina Ocampo. Una mujer que lo amó y lo perdonó mil veces. Su vida de playboy no tenía fin. Lo extramarital fue una permanente tentación.

Pero en el plano de la amistad, tanto Bioy Casares como Borges mantuvieron una lealtad que sobrevivía al paso del tiempo. La sobremesas no solo quedaban en intercambios filosóficos o literarios. Ambos pasaron a la acción creativa como dúo, como una sociedad intelectual que pretendía pensar, crear y divertirse. Consiguieron algo tan particular y poco frecuente: escribir a cuatro manos. Los dos se enfrascaban en proyectos literarios que llevaban la firma de Bustos Domecq y Suárez Lynch. Una muestra de complicidad que evidenciaba una hermandad del pensamiento creativo. Un divertimento inteligente y alentador para la amistad y los lectores.

Los tiempos han cambiado y los escritores van adquiriendo otro perfil, no está mal. Es lo normal en la vida. Sin embargo, el legado de hombres como Bioy Casares merece ser revisado y discutido. No solo en conmemoraciones, sino en el día a día. En la casa, cuando un joven empieza a preguntar sobre qué leer. Esos momentos son claves para las revelaciones intelectuales, un buen libro seduce y atrapa para siempre. Y si Bioy Casares extiende su red para atrapar en pleno siglo XXI a nuevos lectores, todos ávidos de hallar en las historias de ficción ciertas verdades que cambian la perspectiva de la vida, se podría decir que la literatura sigue jugando con protagonismo. Que la vigencia de sus formas no ha muerto, que hoy en día se le necesita más. Y Adolfo Bioy Casares es una atendible opción para trazar un camino de aventuras. Aventuras impredecibles e inquietantes.

Por Manuel Eráusquin (17 Set 2014)
Manuel Erausquin
17 de septiembre del 2014

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