Jorge Valenzuela

Cibercultura: ¿Adiós, realidad?

Cibercultura: ¿Adiós, realidad?
Jorge Valenzuela
02 de mayo del 2014

Reflexionando sobre la cultura y la “realidad virtual”

La llamada cibercultura, en la que se puede vivir casi permanentemente según el grado de necesidad que tengamos de mejorar o escapar de la realidad, ha terminado por convertirse en una morada en la que el simulacro ha pasado a ser el sucedáneo de nuestra propia existencia. Esta situación, que sin duda reviste complejidad, no deja de ser grave por las consecuencias que puede traer, sobre todo si comprendemos que es posible llegar a la indiferenciación total entre la realidad y la apariencia que proyecta esa potente realidad creada con técnicas digitales.

¿Es posible, como una hipótesis, sostener que los seres humanos pueden llegar a sentirse más a gusto en la realidad virtual que en la realidad real, y que algo pueda terminar operando en ellos de modo que les impida establecer los límites entre una realidad y otra, al punto de terminar exterminando a la segunda? Y ¿es posible que alguien, con un coeficiente intelectual medio, pueda llegar, en un extremo, a cometer los crímenes más infames influenciado por los mandatos de la realidad virtual? Al parecer, en nuestra vida cotidiana está sucediendo eso de manera mucho más frecuente de lo que pensamos. Lo cierto es que es posible que un crimen condenable pueda explicarse a partir de razones puramente tecnológicas.

Como producto de la revolución digital, la realidad virtual se torna sumamente poderosa y nos muestra que la comunicación con el mundo real termina siendo afectada en el contacto que el sujeto establece con aquella. Está comprobado que los lazos que nos vinculan con la realidad, cuando son permanentemente afectados por lo virtual, pueden hacerse añicos a medida que uno empieza a vivir dentro de la virtualidad (esa vida que fluye poderosa pero artificialmente) de modo satisfactorio. De modo que los peligros que puede producir la realidad virtual en la mente de cualquiera de nosotros están allí, acechándonos todo el tiempo.

Solo basta ver el rostro entre alucinado y fuera de sí de los que protagonizan actos censurables llevados por el influjo de la virtualidad. Los noticieros que los exhiben nos hablan de un sujeto que evidencia alguna clase de psicosis (no podría ser de otro modo) y de las posibilidades de la propia enfermedad mental cuando una de sus características (el desapego frente a la realidad) entra en contacto con el mundo virtual en el que el psicótico puede realizar sus deseos más oscuros. Su caso, como en el de muchos que aceptan tener problemas al diferenciar la realidad real de la realidad virtual, ha terminado por advertirnos a todos del advenimiento de una etapa en la que será necesario reformular nuestro concepto de realidad so riesgo de afectar las débiles ataduras que algunos aún mantienen con ella. Ello supondrá, en primer término, aceptar de plano que lo que entendemos por ficción y por virtualidad (con todo lo diferentes que pueden ser) no se opone a lo que entendemos por realidad y que esta última está constituida y se nutre permanentemente de ambas.

Por Jorge Valenzuela

 

Jorge Valenzuela
02 de mayo del 2014

COMENTARIOS