Manuel Gago

Cholo power en país de opas

Cholo power en país de opas
Manuel Gago
23 de mayo del 2016

En el Perú las evidencias y pruebas nunca son suficientes

A mi amigo Günter un testamento lo declaró heredero de algunos miles de euros: un documento escrito y firmado en papel de cuaderno simple, en el que no habían ni sello, ni huella digital, ni veedor que acreditara su autenticidad. A la muerte del testador, desde Alemania, un juez le solicitó que envíe el testamento. ¿Tienes fotocopia certificada?, le pregunté como buen peruviano acostumbrado a documentos que lo acrediten todo. ¿Para qué?, me respondió el alemán acostumbrado a honrar su palabra, poco antes de que el juez acusara el testamento en sobre enviado a Canadá.

Aquí todo acto tiene que ser filmado para utilizarlo como prueba. Hasta los arquitectos les dicen a sus clientes que, además de firma, impriman su huella digital en los planos que elaboraron para ellos, para evitar se diga que la rúbrica fue falsificada si hubiera alguna controversia. Aquí vivimos seguidillas de ficciones e implantaciones haciendo de la verdad algo ajeno, desconocido, lejano, improbable, imposible. Aún con evidencias o pruebas contundentes, es tan difícil asegurar la verdad.

Aquí si las cartas no son notariales, no tienen valor; y si las renuncias no son irrevocables, no son ciertas. Aquí se tiene que capturar terroristas con pistola y dinamita en mano para asegurar que son “tucos”, y arrestar a los narcotraficantes transportando cientos de kilos de drogas para confirmar que son capos. En 1980, tras ser acusado por delito de narcotráfico, Carlos Langberg fue detenido y al poco tiempo puesto en libertad. Las evidencias y pruebas acopiadas por la policía no fueron suficientes y no sirvieron para demostrar una verdad real —que en Perú difiere de la verdad legal— amparada por una resolución judicial, tras un proceso que dura una eternidad.

Aquí todos los silencios son cómplices, y no oídos sordos contra las palabras necias. Aquí, la realidad se falsifica, se maquilla, se la decora para no ofender, para no agredir, para quedar bien, para ser buenitos, para ser aceptados. Por eso, ya no hay vendedores, ahora hay promotores y asesores; ya no hay servicio de limpieza, ahora hay asociados de mantenimiento; ya no hay servidumbre, ahora hay “secretarias”; ya no hay pobres, ahora les dicen que son de clase media; ya no hay discapacitados, ahora hay personas con habilidades diferentes; ya no hay negros, ahora son zambitos; ya no hay empleados, ahora hay colaboradores; ya no hay niños, ahora hay niñas y niños diferenciándose del género; ya no hay motivadores, ahora abundan los coachs; ya no hay campesinos, ahora son emprendedores del campo; ya no hay ignorantes, ahora son personas poco informadas; ya no es día del indio, ahora es día del campesino. Juan Velasco le cambió el nombre a la celebración para que suene menos agresivo.

Así, en el caso Joaquín Ramírez, cuando veo a dos representantes de la DEA, fuera de sus oficinas, diciendo que “hay una investigación en curso” entiendo que es así; que el periodista no necesita documentos que certifiquen la declaración porque le basta la palabra, que en ese mundo (lejano para muchísimos) tiene mayor valor, mientras por acá está totalmente devaluada.

Escribe Mario Vargas Llosa en Lituma en los Andes:

—¡Pero qué está pasando aquí!– exclamó el guardia civil–. Primero el mudito, después el albino.

Pedrito Tinoco, el mudito, era un ser humilde y servicial, a quien las personas motejaban de opa (idiota) …

 

Manuel Gago

 
Manuel Gago
23 de mayo del 2016

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