Raúl Mendoza Cánepa

Centenaria alma mater

La Universidad Católica cumplió su primer siglo

Centenaria alma mater
Raúl Mendoza Cánepa
27 de marzo del 2017

La Universidad Católica cumplió su primer siglo

La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) cumplió cien años el 24 de marzo, y es ineludible rendirle un homenaje o retrotraerse a las experiencias luminosas de quien descubrió el espíritu universitario dentro de sus claustros. Universidad, en su sustancia más pura, es universalidad, diversidad, libertad, tolerancia y comunidad del conocimiento; todos pilares de la PUCP, como lo eran el rigor de ingreso y la exigencia académica.

Allí exploramos la magnificencia del saber nunca antes revelado. Las Matemáticas de Carmen Lumbreras y la Lingüística de Luis Jaime Cisneros en Letras no se parecían (para el espanto) en nada a la que sorbimos en la etapa escolar; y algunas materias asomaban como una deslumbrante novedad, desde la Filosofía a la esencia de Ética, Economía, Arqueología, Antropología o la Historia, bien contada por Del Busto, Agustín de la Puente o Fernando Iwasaki. La literatura empezó a tener una estructura y tramas que ignoraba y la investigación una disciplina que no podíamos soslayar. Letras era la presencia del mundo y aunque quien esto escribe cuestionaba los sutiles sesgos ideológicos de algunos cursos (la perspectiva de la economía y de la realidad social), no podía ignorar la tolerancia de aquellos maestros a la disidencia liberal.

Los materiales para autocompletarnos desbordaban. La Biblioteca Central era, entonces, un templo silencioso y fecundo para los que queríamos ir más allá de Keynes y construir una estructura ideológica sin vacíos conceptuales. En aquella gran biblioteca, algunos nos acercamos a Hayek y Mises, a Mill; pero también a Isaiah Berlin y Popper. Touchard nos dio una versión total del pensamiento político.

Como se habrán percatado en redes, una de las virtudes de la PUCP, para los que la “vivimos” en su sabor más intenso, no fue solo la diversidad de sus enseñanzas y su magnífico y plural profesorado, sino también lo que se vivía fuera de sus aulas. Los patios, las rotondas o aquel prolongado camino que comunicaba Letras con Ingeniería y que llamábamos el “tontodromo” (espacio de travesía) fueron también lugares de la memoria para nuestros interminables diálogos amicales. Los grandes jardines refrescaban el clima del saber y servían tanto para la contemplación como para la lectura. Bajo esos troncos y acompañado de sus frondas descubrí todos los libros de Paul Johnson, su historia del mundo moderno y los ejes de la civilización. Las cafeterías nos impregnaban con sus olores clásicos y sus murmullos académicos.

Nada quedaba al margen en la formación. Las humanidades eran el condicionante sin el cual no había especialización posible; pero ellas se complementaban con cursos que, en lo particular, nunca nos fueron marginales, como Cine, Apreciación Musical... La libertad de elegir las materias de cultura era una premisa. Fue en la PUCP, en una de sus charlas audiovisuales, que escuché una de las frases que nunca habré de soltar del recordado Luis Alberto Sánchez: “La Universidad es una ambición cósmica del conocimiento”.

La Facultad de Derecho fue otro mundo. En ella la lógica y la capacidad de refutar o de afirmar con argumentos fueron claves para su aplicación en otros quehaceres. De allí el énfasis en la casuística y el método, el árbol de problemas y la hermenéutica jurídica. Nos tornábamos en socráticos. Había que tener una gran capacidad de abstracción y mucha concentración para seguirle la línea al gran Lizardo Taboada (recordado) y su célebre teoría de la causa del acto jurídico; todos temían la severidad de Hugo Forno en Contratos; admirábamos la claridad grandilocuente de Humberto Medrano en Tributario y la lúcida interpretación de la materia de la responsabilidad civil de Gastón Fernández Cruz. Desde luego, excusando la omisión, abundaron otros grandes maestros. Imperdonable no referirse al recordado Felipe Osterling y su secuencia explicativa ordenada del Derecho de las Obligaciones. Hay muchos nombres en lista.

La PUCP, para sus graduados de toda tendencia ideológica, de toda profesión y de todo destino, siempre será la PUCP, el alma mater que fue claustro, que fue templo, que fue hogar.

PS. Grandes maestros lúcidos y sapientes superaban los setenta años, ¿rige aún el absurdo límite legal de tal edad para enseñar?

 

Raúl Mendoza Cánepa

Raúl Mendoza Cánepa
27 de marzo del 2017

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