Darío Enríquez

Celebremos el 5 de abril de 1992

Celebremos el 5 de abril de 1992
Darío Enríquez
05 de abril del 2017

Ese día la historia del Perú cambió para bien

Se cumple un cuarto de siglo de una decisión fundamental que cambió la historia del Perú para bien. Este cinco de abril, una vez más, escucharemos el sonsonete incesante y monótono de aquellos que hacen de la democracia un fetiche. Los de siempre. En el extremo de su ceguera y con evidente falta de respeto a la ciudadanía, pretenden ahora decir que la dictadura de Maduro y el golpe restaurador de Fujimori son “dos gotas de agua”. Ni ellos mismos lo creen, porque plácidos y aburguesados, disfrutan los beneficios de un país cuyo destino cambió orientándose hacia el progreso y el desarrollo, en vez de las viejas y fracasadas fórmulas socialistas —unas más retocadas que otras— que sólo replican sometimiento, miseria y opresión.

No podemos negar las consecuencias negativas de la grave corrupción que azotó al Perú en los noventa. Aunque sabemos que la corrupción desplegada entre 2001-2017, con los auspicios del socialista Foro de Sao Paulo y la red mercantilista encabezada por Odebrecht, es de lejos una de las más grandes en la historia de la humanidad, eso no puede ocultar lo que vivimos en los noventa, la terrible herencia del llamado “fujimontesinismo”. Entre 1997-2000 se envileció mucho más la política ya envilecida de los ochenta y la corrupción continuó saqueando los recursos públicos, retomando la tendencia que traía desde los ochenta y que fue fuertemente atenuada entre 1992-1997. En efecto, es claro que este quinquenio que se abrió con el cinco de abril de 1992 y la constitución de 1993 fue fundamental; y gracias a ello nuestro Perú de hoy sigue un camino muy diferente al que le tendría si continuaba con el régimen nacido de la violencia del golpe militar socialista de Velasco Alvarado en 1968.

Afirmamos que el 5 de abril de 1992 inició un movimiento restaurador que liquidó el régimen instaurado en 1968 por el tirano Velasco. Repasemos la historia. Aunque el Perú antes de 1968 no era el paraíso terrenal, ya se había comenzado un real, aunque tibio, proceso de modernización. En los cincuenta y sesenta se vivieron años de relativa bonanza; de hecho hasta 1990 seguíamos usufructuando la infraestructura creada en esas dos décadas. Pero el primer belaundato sucumbió a la oposición irracional del Apra en el Congreso (que controlaba) y a las debilidades propias de un partido “a medio cocer”, como era Acción Popular (AP).

La irrupción de la dictadura militar de Velasco Alvarado el 3 de octubre de 1968 liquidó, de un solo golpe, “el antiguo régimen” e instauró una tiranía de corte socialista. “Ni calco ni copia”, puso en práctica muchas de las reformas “revolucionarias” propuestas por políticos e intelectuales “de izquierdas”, incluido el plan máximo del Antiimperialismo y el Apra. Era común escuchar a apristas “de base” asegurar que Velasco les había “robado” las ideas. Si bien desde el Apra se condenó el golpe de Estado, porque impedía el inminente triunfo electoral de Haya de la Torre en 1969, luego se cobijaron muy cómodos a la sombra de los falsos logros revolucionarios.

En 1978 los militares, acorralados por la protesta y la crisis económica que venía fuerte, convocaron a elecciones para una asamblea constituyente, como parte del proceso de “devolver” el poder a la civilidad. Entonces tuvimos la primera oportunidad de liquidar el régimen instaurado en 1968. El Apra ganó las elecciones y Haya de la Torre tenía la opción de poner en primera fila la voluntad popular y el estado de derecho, pero no fue capaz de dejar de lado a los militares que ostentaban un poder ilegítimo. En buena parte porque él y su partido consentían los “logros revolucionarios” de la dictadura. De hecho, el Apra proponía “profundizar” la revolución; entre otras medidas, sostener los diarios expropiados sin devolverlos a sus reales propietarios.

En 1980 la convivencia con la segunda fase de la dictadura militar, dirigida entonces por Morales Bermúdez, sucesor de Velasco, perjudicó al Apra, que perdió las elecciones presidenciales. Belaunde, depuesto en 1968 por el violento golpe militar socialista de Velasco, se alzó con el triunfo electoral y volvió al poder. Este triunfo fue una condena a la tibieza del Apra en 1978. El nuevo presidente revirtió algunas pocas de las barbaridades de la dictadura militar, pero no fue capaz hacer cambios mayores ni acabar con el régimen. Perdimos la segunda oportunidad de revertir el malhadado régimen de 1968. Pese a ser un presidente elegido por democracia electoral, Belaunde fue incapaz de democratizar verdaderamente el Perú. El Estado siguió siendo un monstruo grande que intervenía groseramente en la actividad económica, y la “política” económica seguía basándose en fijar precios en forma arbitraria. El régimen económico socialista de “creación heroica” continuaba campeando.

En 1985 ganó el Apra con Alan García y lejos de cambiar el régimen, el joven García se propuso seguir las mismas políticas de la dictadura, pero “en democracia”. Para entonces el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA había crecido frente a la inacción del segundo belaundato, y García —haciendo gala de ese terrible complejo de ser izquierdista— les extendió la mano en forma ingenua. Lo que era la tercera oportunidad de liquidar el régimen estatista se convirtió en una pesadilla extrema. El Perú cayó en la más grave crisis de su historia, y tanto la hiperinflación como la escasez, la corrupción, el narcotráfico y la violencia político-terrorista llegaron a niveles nunca antes siquiera imaginados. El Perú se encontraba al borde del abismo y la comunidad internacional ya jugaba con la hipótesis de instalar “fuerzas de paz interamericanas” en el Perú, para intervenir y detener la propagación de la violencia terrorista de extrema izquierda en la región.

En 1990, con la aparición de Alberto Fujimori, se abrió una gran incógnita con este desconocido “chinito” que derrotó sin atenuantes al laureado escritor Mario Vargas Llosa, representante del establishment económico y mediático. El cambio de régimen era necesario y urgente, pero durante más de una década había sido imposible. Solo teníamos democracia electoral, pero el estado de derecho no existía en el Perú. Teníamos un Estado ultrainvasivo de las actividades económicas, sin estabilidad jurídica, con estallido social por los graves niveles de hiperinflación, narcotráfico y terrorismo. Un país inviable, a la vuelta de la esquina. Luego de veinte meses de intentos infructuosos, Alberto Fujimori entendió que el régimen instaurado en 1968 era imposible de superar si no se tomaban medidas extremas. Lo hizo en la noche del 5 de abril de 1992. Un movimiento restaurador que fue gestándose poco a poco en los veinte meses previos, debido a un fracaso tras otro en los intentos de rescatar al país del caos alimentado por la precaria formalidad política.

La misión era volver al rumbo hacia la modernidad negada desde 1968. Alberto Fujimori contó con 80% y más de apoyo popular; ni siquiera tenemos que remitirnos a las encuestas de entonces, porque el apoyo al golpe restaurador fue abrumador, lo sentíamos por doquier. La precaria democracia de la constitución de 1979 era el rey desnudo que nadie se atrevía a señalar. El 5 de abril de 1992 es el hito que marca el inicio del Perú moderno del siglo XXI; con todos sus bemoles, con procesos inacabados, con carencias aún evidentes, pero con sólida esperanza de que estamos y seguimos en el camino correcto. Con un nuevo régimen de mayor libertad económica, que ha sido el soporte del periodo de mayor bonanza que hemos vivido en nuestra vida republicana.

¡Feliz 5 de abril!

Por: Darío Enríquez

Darío Enríquez
05 de abril del 2017

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