¿Cárcel, abstinencia o solidaridad?

Demagógicas denuncias del defensor del pueblo

Los desastres naturales traen cola, y podrían devolvernos de un carpetazo al pasado si prosperara esa idea de meter presos a todos aquellos que especularon con los precios y acapararon en perjuicio del resto de consumidores. Nadie estaría libre de una acusación por comprar más de lo debido o cobrar más en momentos de emergencia. Quienes pisotearon el buen comportamiento cívico son mercachifles sinvergüenzas y vecinos sin alma que deberían recibir alguna clase de amonestación y señalamiento público.

Los males del país no se solucionan encarcelando a la gente. Una persona que agrede a un policía por exceso de copas no puede terminar conviviendo con los criminales. La mala suerte de toparse con un policía que nos saca de quicio tampoco puede ser motivo de cárcel. No es la solución estructural que necesita el país, La prisión debe ser para delitos extremos y para los acostumbrados a faltar al orden establecido. En lugar de pensar en encarcelamientos, el defensor del pueblo debería pensar en campañas de concientización social para incentivar la solidaridad y cooperación, que tanta falta le hacen al Perú. Ir a los colegios promoviendo esa idea.

En el mercado libre los precios los regula el mercado. No hay quien diga esto cuesta tanto y este es el límite de su compra. No hay manera de construir una demanda contra especuladores y acopiadores, y que la pueda admitir el Poder Judicial. Lo que hace el defensor del pueblo y quienes apoyan esa posibilidad es crear falsas ilusiones justicieras. El Artículo 58º de la Constitución anuncia que “la iniciativa privada es libre. Se ejerce en una economía social de mercado”. ¿Qué es economía social de mercado? La palabra “social” se le agrega a la economía libre para darle “humanidad” al mercado que se desarrolla libremente. “Social” para que el Estado pueda darle bienestar a la población, asumiendo la responsabilidad de proteger la dignidad y las condiciones de vida de los ciudadanos.

No perdamos la perspectiva, aquella iniciada en los años noventa y que cuesta trabajo sostener por el constante peligro de las prédicas controlistas y absolutistas. El mercado libre ha sacado de la pobreza a un sector importante de la población, ha permitido que los emprendimientos de grandes y chicos se hagan realidad. Y hasta hace mirar al Perú siendo parte de la OCDE, del exclusivo grupo de países privilegiados del primer mundo. Si el especulador sube sus precios hay que señalarlo y dejarlo con sus productos para que se pudran o se desfasen. Además, unos días de abstinencia y un poco de austeridad y sacrificio no le hacen mal a nadie.

Claro que el mercado libre tiene sus vicios, y esos vicios están en función directa de la madurez de la sociedad y de la moral de sus negociantes, de su responsabilidad social y de la deontología que deberían ejercer siempre. Aún con todos sus vicios y sus imperfecciones, el mercado libre beneficia a los más pobres, los beneficia más que un mercado controlado por la burocracia, por los funcionarios públicos apropiándose de la voluntad de las mayorías, imponiéndose, diciéndoles qué deben comprar y cuánto pagar. En los mercados libres los precios los regula la oferta y la demanda. Ese mercado incentiva la calidad de los bienes y servicios. La competencia mejora las formas de pago, entrega y posventa.

En los mercados controlados las mafias se multiplican. Donde la regulación se excede se impone la corrupción, porque la gente quiere librarse de esos controles y del burócrata entrenado para hostilizar. ¿Es eso lo que quiere el defensor del pueblo o su propuestas son un simple exceso de demagogia y oportunismo?

Manuel Gago