Arturo Valverde

Bonjour, Humala

Bonjour, Humala
Arturo Valverde
02 de septiembre del 2016

Etnocacerismo con café y croissants parisinos

Años atrás, cuando se me ocurrió aprender francés para traducir las entrevistas a Louis Pauwels que aparecen en la página web del Instituto Nacional Audiovisual (INA) de Francia, veía desde la ventana de mi aula a la familia Humala que llegaba puntual, todos los sábados, a desayunar en la Alianza Francesa de Miraflores. Allí, desde mi ventana indiscreta, observaba lo mucho que disfrutaban del ambiente y sucumbían ante los deliciosos croissants y el buen café. Esta escena, que se hizo repetitiva en el poco tiempo que pasé en la Alianza Francesa, me llevó a profundas meditaciones sobre el nacionalismo que pregonaban los Humala; en especial Don Isaac, quien era en realidad el asiduo comensal sabatino.

El propulsor de aquella corriente etnocacerista que ensalzaba las acciones del “Brujo de los Andes”, pero gustaba desayunar en este pedacito francés de Lima, me recordaba además la ligazón de Ollanta Humala con Francia: durante su gobierno el ex mandatario visitó cinco veces la tierra de la libertad, fraternidad e igualdad. Según Wikipedia, “el etnocacerismo (o etnonacionalismo peruano) es una doctrina política peruana caracterizada por el nacionalismo etnocéntrico e irredentista que evoca tanto el poderío y la identidad del Imperio inca o Tahuantinsuyo de la época prehispánica, como el nacionalismo de las fuerzas armadas peruanas de la época republicana…”.

No puedo imaginar cómo se sentía el teniente coronel cada vez que volvía al país donde se desempeñó como agregado militar en la embajada peruana de París, en el periodo del ex presidente Alejandro Toledo, en los años 2003 y 2004. O el momento, cuando se encontró frente a la tumba de Napoleón (¿alguien se habría atrevido a decirle “cosito” a “Napo”?), henchido de ese falso nacionalismo con el que exacerbaba a las multitudes del sur del país cuando exclamaba, casi afónico, que primero era el agua y no el oro.

Luego de un tiempo, abandoné aquellas aulas, y la prensa informaba que la familia Humala-Heredia tendría muchos vínculos con Francia. Es anecdótico pero el gobierno de Humala me recordó la vez en que postulé a la Academia Diplomática creyendo que podría servir a mi país desde esa trinchera. Habría bastado ser el urólogo de Ollanta, quizás, para soñar con una carrera diplomática; pero no me veo en esas labores de espeleología. A diferencia de Cristina Velita de Laboureix, ginecóloga de Nadine Heredia. Ahora le doy la razón a quien me dijera una vez que no estaba hecho para la diplomacia.

Mi amigo el historiador Eduardo Torres, tal vez el único antiaprista con quien podría pasar horas conversando –él prefiere considerarse antialanista, pero no me cansaré de explicarle que tal cosa no existe– compartía conmigo las clases de francés. Y vaya que recuerdo la manera en que sonreía cuando expresaba en voz alta estas meditaciones.

Al final reprobé el tercer ciclo de francés y no volví a ver a don Isaac; aunque le agradezco las reflexiones a las que me llevó sin desearlo. Ser nacionalista no debe ser cosa fácil para un Humala.

 

Arturo Valverde

 
Arturo Valverde
02 de septiembre del 2016

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