Guillermo Vidalón

Baraja contra Baraja

Baraja contra Baraja
Guillermo Vidalón
22 de abril del 2015

Un relato imaginario que recrea los problemas de la consulta previa actual.

En la era de la globalización, los medios de comunicación anunciaban al mundo que el reino de Baraja había decidido crear una institución para que sus súbditos se protejan de las decisiones de la Corona. Era la más estrambótica creación del Rey de Corazones.  En adelante, cuando los súbditos formulen críticas al accionar inadecuado de la Corona, el Rey acudirá a una plaza pública y desde un estrado levantará su dedo acusador contra el palacio real para exclamar: “Esto no lo permitiré, crearemos otra institución para que acompañe a los súbditos en sus reclamos contra los organismos del reino”. La multitud aplaudió al Rey, sin darse cuenta de que, luego de descender del estrado y caminar unas cuantas cuadras abrigado por la multitud de custodios que lo rodeaban, volvía a ingresar al mismo palacio que cuestionaba.

Al presenciar este triste episodio, un anciano del reino le comentó a su nieto, “¡Cómo ha cambiado Baraja desde que el alumno rezagado de Nicolás Maquiavello llegó al Palacio! Nos han expropiado el derecho a disentir.  Ahora, la Corona se ha convertido en la cabeza de Medusa, donde unas serpientes se permiten morderse entre sí, dejando en el desconcierto a los brazos y piernas que le permiten avanzar.

Hoy, bajo el argumento de que todos los súbditos tenemos los mismos derechos, por lo tanto podemos ejercer nuestra libertad de expresión y disentimiento, algunos funcionarios de la Corona han olvidado que se deben a ella y que si desean expresar su disconformidad lo pueden hacer, pero no en su centro de trabajo, donde deben mantener una coherencia con las decisiones de la Casa Real.  Lamentablemente, lo que suele suceder es que ciertos funcionarios, desde las posiciones que ocupan, terminan por boicotear el ordenamiento y las decisiones establecidas.”

-“¿Cómo así?”- preguntó el nieto del anciano. -“Tiempo atrás, la Corona delegó en su Secretaría de Cultura la competencia para decidir cuáles poblaciones serían consideradas como originarias anexadas a nuestra cultura, al momento de la conformación del reino de Baraja. En adición, debían de haber mantenido sus primigenias costumbres, hábitos de vida y permanecer en común unidad. A las poblaciones originarias se les otorgaría un tratamiento diferenciado.  Es decir, se les concedería un derecho extraordinario respecto de los demás súbditos para someter a ‘consulta’ los actos reales y obtener de las poblaciones originarias su previa  conformidad. Privilegio que todos los demás súbditos no tendrán.

Como ‘privilegio’ no suele ser una palabra adecuada en el marketing social, los termocéfalos del Palacio Real adornaron tal decreto denominándolo ‘discriminación positiva’ y así lo difundieron hacia otros reinos a través de sus Organizaciones No Gestoras.  Entusiastamente, Medusa dio sus primeros pasos y decidió promulgar una norma que concedía el derecho a las poblaciones anexadas -que mantuviesen las características antes descritas-, a conocer qué es lo que la Corona desea hacer con relación a dichos súbditos y los espacios físicos que ocupaban.

Como toda institución nueva, hubo más de un traspié, pero finalmente se cumplió con el Real decreto. La población anexada de la comunidad ‘A’ expresó su conformidad con la decisión de la Corona y participó en el proceso de consulta real.  Luego, de buena fe suscribieron los acuerdos a los que arribaron con el Rey para ‘permitir’ que los súbditos dispuestos a invertir accedan al espacio de estas generosas poblaciones.  Todo se desenvolvía en armonía hasta que los líderes de otra comunidad –a la cual denominaremos ‘B’-, vecina a la ‘A’, manifestaron que se sentían discriminados con relación a las ventajas que logró ‘A’, que era la más próxima al área de interés propuesta por los súbditos inversionistas e identificada así por la Secretaría de Cultura-.  La comunidad ‘B’ decidió, por sí y ante sí, trastocar la institucionalidad reinante, ocupar por la fuerza las instalaciones del súbdito inversionista, impugnar los acuerdos originales y exigir, en mayor medida, nuevos y mayores beneficios que la lógica y la racionalidad no avalaban.

Baraja anda más confundida que nunca y sus otros súbditos cada vez más descorazonados con su Rey de Corazones, quien aún no sabe cómo solucionar esta incierta situación que, para colmo de males, incentiva a otros grupos a seguir transgrediendo la poca institucionalidad reinante.

Por: Guillermo Vidalón del Pino  
22 - Abr - 2015  

Guillermo Vidalón
22 de abril del 2015

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