Eduardo Zapata

BAILE DE ILUSIONES

BAILE DE ILUSIONES
Eduardo Zapata
14 de abril del 2016

El triste despertar real de los políticos de redes sociales

Hace muy poco —poquísimo, en los meses de enero y febrero— las redes sociales tenían su propio presidente. La pasión virtual se desbordaba, y una viral epidemia de #guzmanlovers habían ungido ya a su candidato favorito. De pronto el candidato fue tachado por el JNE y el presidente virtual convocó a una marcha épica de protesta, pero nadie asistió.

Con el mismo apasionamiento, las redes sociales compitieron en los días siguientes por un new que ocupase el cargo dejado vacante. Primero fue Alfredo el electo presidente transitorio: despertó el ardor juvenil y reavivó pasiones en no pocos viejos coetáneos, pero neopulpines al fin.

Sabemos que este presidente transitorio efectivamente fue eso: transitorio. La pasión de amor se convirtió en desamor y el mundo virtual —ya a un paso de la elección real— nos trajo la noticia de que había un nuevo new ungido como presidente. Con la ventaja de que esta vez, de conformidad con lo “políticamente correcto”, tenía un enfoque de género. Vero fue presidenta de la redes sociales por algunos días y los #verolovers se multiplicaron para dar la buena nueva al mundo virtual.

Producidas ya las elecciones, Verónika Mendoza se quejó —no sin razón— de no haber contado con el número suficiente de personeros capaces de defender efectivamente sus votos y su causa. Parecía no haber entendido que los amores pasionales de las redes saben más de lo efímero que del compromiso; y más del new mutante y de la búsqueda del like amical que de la militancia real.

No es este el espacio para analizar la relación entre el lenguaje de las redes y sus usuarios. La electronalidad tiene misterios profundos. Basten, sin embargo, los ejemplos que hemos presentado para darnos cuenta de que ser presidente de las redes sociales no lo es todo. Todavía las pasiones electronales no tienen un correlato en las pasiones mundanas.

Y ahora nos vamos a Florencia. Durante años y años las escaleras del duomo de la Catedral de Santa Maria del Fiore sufrían las consecuencias del impulso de los visitantes de dejar una huella. Los graffiti parecían incontrolables. De pronto una mente lúcida compatibilizó la urgencia de preservar el monumento con la urgencia expresiva de los visitantes. Y en vez de las admoniciones, de los carteles de “No escriba en las paredes” que nadie parece leer ya y de la amenaza de multas, se colocaron tablets para que los visitantes dejen su huella virtual.

Como la huella aludida ofrece la posibilidad de ser trazada con el instrumento que se escoja —pintura en aerosol, el propio dedo, lápiz labial, etc.—, y como se puede hasta seleccionar el fondo sobre el que se quiere escribir —hierro, yeso o hasta el propio mármol, intangible pero virtualizado— la travesura del impulso inmediato queda satisfecha. Así, los graffiti se archivarán en Internet, garantizando la posteridad.

Este es un buen ejemplo del manejo de lo virtual para la preservación de lo real. No se ha sacado de la circulación el monumento, no se le ha encerrado en ninguna bóveda de seguridad, no se ha suprimido la realidad ni tampoco la pasión por ella. Tampoco se ha censurado el ímpetu expresivo de la gente.

Volviendo a las redes sociales y la política, es indispensable que el mundo virtual no se convierta solo en un baile de ilusiones. Este mundo irreal acaso sea feliz para quienes se sienten beneficiados, pero resulta inevitablemente infeliz si está desconectado de la realidad.

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
14 de abril del 2016

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