Martin Santivañez

Augures o mediocridad

Augures o mediocridad
Martin Santivañez
24 de junio del 2016

No hay que confundir lealtad con capacidad

El presidente electo tiene que tener en mente, ahora que lo rodean los áulicos y los ayayeros, que el Estado no se gobierna por antipatías o simpatías. El Estado se gobierna con los mejores, o cae en la anarquía y la ineficacia. El sendero más seguro para convertir al gobierno en una agencia de mediocres es, infelizmente, el dulce camino de la amistad. No hay que confundir lealtad con capacidad. El leal tiene que estar al lado del líder, por supuesto; pero el encargado de hacer realidad las cosas, el gerente, el jefe de un brazo del Estado, siempre tiene que ser eficaz. Con lealtad no se construyen países y organizaciones serias. Sí con gente capaz.

Esto los romanos lo tenían bien claro. Tal vez por eso duraron más que otros imperios. Supieron distinguir, muy rápidamente, entre los augures y los arúspices. Los augures eran los funcionarios dotados de independencia, libres en función a su sabiduría particular, un conocimiento que los hacía reconocidos y prestigiosos por sí mismos en toda la ciudad. Un augur era un ciudadano prestigioso. Los arúspices eran, en cambio, los servidores del poder. Por eso, el jurista Alvaro d’Ors sostuvo que es preferible ser un “molesto” pero independiente augur antes que un “modesto” y dependiente arúspice. O sea, siempre es mejor ser antipático —pero tener la razón— que ser un simpático lacayo, incapaz de gobernar un país tan complejo como el Perú.

Un ministro, un buen técnico, un funcionario directivo del Estado, tiene que actuar con independencia y capacidad, como un augur romano. Un buen ministro no debe ser jamás el mayordomo del presidente. Porque, valgan verdades, los arúspices han pervertido la política peruana. Un servidor del poder es solo eso, un ayayero impenitente que se rehúsa a decir la verdad y que maquilla los problemas; sin buscar su origen, que es el único modo para lograr transformaciones reales que nos beneficien a todos, otorgando prestigio y autoridad al país. Ninguna nave llega a buen puerto si está pilotada por un ayayero que solo sirve como jarrón decorativo. Los jarrones decorativos, señor presidente, no hacen grande a la nación.

El Perú necesita un gobierno de augures y no una argolla de arúspices. Nuestro país no debe caer en las manos de arúspices lobistas que proveen y nombran en función a sus rencores internos, a sus simpatías o antipatías, a su agenda personal. El gobierno nacional, se pervierte y vulgariza cuando proliferan los técnicos-arúspices y escasean los ministros-augures. El camino seguro hacia la mediocridad, el camino cierto hacia la medianía, el adocenamiento y la derrota a mediano plazo, es la apuesta por los ayayeros. No nos engañemos. Si queremos un gobierno mediocre, si queremos un Estado débil e incapaz de forjar un legado, escojamos a nuestros amigos, a los más abyectos ayayeros. Si, por el contrario, aspiramos a dejar una herencia decente con visos de permanencia, un patrimonio político que haga brillar nuestro nombre en la historia, apostemos por los augures: ellos tienen un sentido trascendente de la política, y solo con ellos es posible un cambio verdadero. Esto, que sirve para el gobierno, vale mucho más para la oposición.

Martín Santiváñez Vivanco

 
Martin Santivañez
24 de junio del 2016

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