Raúl Mendoza Cánepa

Ateos y creyentes

Hoy se está decidiendo el destino de la fe

Ateos y creyentes
Raúl Mendoza Cánepa
22 de enero del 2018

 

Las redes apenas merecen tomarse en cuenta cuando se trata de criticar al Papa, menos cuando se trata de asaltos blasfemos. Bueno fuera que un argumento tuviera la sustancia analítica de aquel extraordinario ensayo de Bertrand Russell (“Why I’ am not a christian?”) y que el ateísmo tuviera la capacidad de afirmar algo sobre aquella gran negación. El agnosticismo es la duda y, por tanto, la resistencia a deliberar.

Renán escribió en 1863 un fabuloso libro titulado Vida de Jesús. Aunque se cree que fue elaborado para atraer a los creyentes, fue un libro ateo que se propuso lo contrario, espantar. El extraño error de su autor fue haber publicado uno de los libros que más conversiones al cristianismo ha producido. Alguna vez asumí que el efecto Renán se debía a un inconfeso espíritu místico del autor, pero fue más su inconsistencia, su razonamiento forzado, su poco sincero afán de rebajar a Jesús, lo que lleva a la conclusión de que aquel Jesús que nos representa o nos esconde solo puede ser el hijo de Dios. Otras versiones dan cuenta que el “ofensivo” Renán convierte a otros por reactiva indignación.

Cuando en redes el meme es injuria, el efecto es el contrario; quizás lo sepan todos aquellos que nos congregamos el fin de semana para ver al papa aunque sea por fe, por curiosidad o por darle la contra a alguna blasfema vulgaridad. El fervor multitudinario erizó y contrastó, ridiculizó y aisló a los escasos burlones que, sin la talla de Russell, pretendían socavar la fe con el sofisma y la irreverencia.

Bien, hasta aquí la fe queda incólume si es que usted es cristiano, pero no necesariamente queda en buen pie el clero (no digo la “Iglesia”, que es el pueblo creyente). Se lee que según el censo de 1981, los católicos en el Perú constituían el 95% de la población. En 1993 se redujo a 89%. Actualmente es 75% (siempre alrededor de 30 puntos más que Chile). Lo curioso es que entre los jóvenes este porcentaje es 69%.

No somos nosotros los que tendríamos que preocuparnos, hombres de fe o de no fe; los que tendrían que preocuparse, y no lo hacen, son los pastores que conducen al rebaño, esa jerarquía con cumbre en Roma y con bases en las provincias de cada país. Si son los pastores los que deben preocuparse, ¿qué han hecho al respecto? ¿Por qué la liviandad con los escándalos? ¿Por qué la falta de rigor? ¿Por qué la distancia sutil con el traidor? La misericordia es infinita desde el lado de la fe; pero cuando otros pueden aprovecharla para mal, los cimientos de la institución se remecen, son burlados, el rebaño se dispersa (ojalá esa misericordia fuera infinita también para los casados por lo civil que no pueden comulgar ni ser absueltos. Allí sí el rigor).

Esta es una crítica constructiva porque aporta desde la buena fe, pues llama la atención para sanar y es una alerta roja. Más daño hace a la Iglesia quien calla, quien no señala, quien no limpia, quien solo se persigna como ritual. El “pecado” de algunos malos pastores (“delito” en demasiadas ocasiones) daña injustamente la imagen del sacerdocio, y quien escribe esta columna conoce a muchos pastores genuinos en su vocación y auténticos en su fe, ¿por qué la cizaña esconde al buen trigo que también existe? ¿Por qué dejar que esa ajena sombra los toque? La tarea no es de los medios ni de los creyentes, es de las autoridades eclesiásticas. Sin severidad el rebaño tentará la indiferencia o la puerta de algún evangélico que lo persuada con algún portento o un nuevo fervor.

Si la curia asume que la crítica daña, daña más no tomar cartas en el asunto. El clero se robustece cuando la cizaña es quitada (eso no supone cómodos retiros). Sin reacción drástica no se extrañe que dentro de algunas décadas los jóvenes caminen amparados en alguna nueva “luz”, una que les ofrezca rápidos milagros a cambio de un diezmo (los estratos económicos bajos son más susceptibles; si no lo creen, lean el censo) De paso, ¿desean ver las vocaciones menguar?

Entre Erasmo y la reforma interna o entre Lutero y la escisión, se juega el destino de una fe.

 

Raúl Mendoza Cánepa
22 de enero del 2018

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