Ángel Delgado Silva

¡Así no: un voto en contra!

Sobre la proscripción de listas independientes en los comicios municipales

¡Así no: un voto en contra!
Ángel Delgado Silva
09 de noviembre del 2017

Jamás he tenido duda de que los partidos políticos deben ser fortalecidos. Son pilares de la democracia. Convengo, además, que la deplorable performance de nuestro régimen democrático-constitucional tiene demasiado que ver con la carencia de organizaciones capaces de canalizar las demandas políticas, adecuadamente.

Empero, me parece reprobable el proyecto de ley aprobado por el Congreso que —so pretexto de apuntalar a los partidos— proscribe las listas independientes en los comicios municipales. La medida resulta contraria a su propósito, porque ningún grupo de vecinos afecta en serio a las fuerzas políticas. Y lo realmente peligroso será el incremento de dificultades para el ejercicio del derecho fundamental a la participación política. Y, en esa medida, se afectará a los sectores subalternos y vulnerables de la población.

La relevancia política de la vida local radica en aquella formidable vitalidad que contiene las experiencia de participación ciudadana en dichos espacios. Acicateados por los desafíos de la vida comunal, los vecinos se organizan espontáneamente en múltiples manifestaciones de actuación cívica. Esta socialización, que gira sobre un claro altruismo de base, constituye una invitación irresistible a la mejor participación política. Fue esta dinámica, advertida por Alexis de Tocqueville en su periplo por el paisaje norteamericano, lo que le permitió concluir que los gobiernos locales eran escuelas de política democrática.

La tradición electoral peruana ha distinguido siempre las elecciones políticas de las elecciones vecinales. Más allá de la pertinencia conceptual que entraña la distinción, las segundas —aquellas que eligen autoridades para las municipalidades— expresan la voluntad de autogobierno de los propios vecinos y a partir de sus singulares vivencias.

Debido a ello, la vecindad se abre a relaciones naturales, a diferencia de una ciudadanía abstracta, lejana y artificio legal. Por eso los extranjeros con residencia y arraigo local pueden ser autoridades edilicias conforme a nuestra legislación, cosa imposible en las elecciones políticas para el Parlamento y la Presidencia de la República.

Y si se abrigan dudas, nos remitimos al Art. 31º de la Constitución, relativo a la participación política, que separa con nitidez las nociones de ciudadano y vecino, en cuestiones electorales. El segundo párrafo a la letra dice: “Es derecho y deber de los vecinos participar en el gobierno municipal de su jurisdicción”.

Sin embargo, esta concepción con su conjunto de prácticas localizadas en los albores de nuestra historia, podrían ser desechadas injustamente, merced al proyecto de marras. De esta manera, los vecinos reunidos para arreglar un parque, organizados en torno a la ejecución de alguna obra comunal, desvelados por cumplir con las rondas vecinales, serían impedidos para presentar listas en las elecciones municipales. Las afinidades sociales, los vínculos intersubjetivos, generados al calor de la interacción común, ya no tendrían mérito alguno —según el proyecto de ley— para participar legítimamente en la vida política de la localidad.

Pero no sólo se destruyen tradiciones ancestrales y se contraviene el ordenamiento jurídico. Se bloquea la participación política de un contingente muy amplio de vecinos. Imaginémonos los miles de pequeños distritos dispersos a lo largo y ancho de nuestra arisca geografía. Ahí donde los pobladores han desarrollado imaginarios diversos, traducidos en criterios asociativos, formas de confianza y representaciones simbólicas que difieren totalmente del racionalismo metropolitano de los autores del proyecto de ley.

Por tanto, pueblos que desde tiempos inmemoriales se nutrieron del acervo cultural de aquella virreinal “República de Indios” y de las comunidades indígenas del Perú independiente, son objeto de prohibición para formar listas municipales en sus propios términos. Y son obligados a subordinarse a partidos que solo existen por su inscripción el Registro del Jurado Nacional de Elecciones.

Coactivamente deberán adherirse a cualquiera de las más de dos docenas de siglas inextricables y extrañas, que mayoritariamente vegetan entre papeles o estrechos círculos de la capital. De súbito se convertirán en los dueños de la representación política de dichos pueblos. No importa que carezcan de presencia alguna en los territorios del Perú profundo, Y lo más probable es que someterán a su voracidad económica, chantajes y granjerías a todos los que osen participar.

Fortalecer partidos a ese costo y de manera tan vil es una vergüenza. Denota mucha torpeza en una clase política absolutamente extraviada. Resulta que las ocurrencias populares no sensibilizan su ánimo. Y exhibe vocación suicida, pues sigue dando vueltas a la tuerca que yugula las aspiraciones populares de los pueblos, sin que le quite el sueño las graves consecuencias. Creen poder dormir tranquilos, como aquél Zar de todas las Rusias, cuyo centenario de abdicación hemos rememorado este año.

 

Ángel Delgado Silva

Ángel Delgado Silva
09 de noviembre del 2017

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