Rocío Valverde

Arte y Ciencia

Arte y Ciencia
Rocío Valverde
18 de julio del 2016

Interconectados más allá de las fronteras mentales

La relación entre el arte y la ciencia no fue aparente para mí hasta que un día un profesor de organografía me hizo un comentario sobre la poca gracia y dimensión con la que había dibujado, en un examen, los estratos de la piel. "Tus estratos son muy planos", fue el veredicto. Con toda el coraje y ceguera de una persona de 18 años creía que era una observación muy quisquillosa, que le estaba buscando tres pies al gato y, ¡ay de mí!, que tendría que apuntarme a una clase en la facultad de arte para conseguir el aprobado.

Cuando la furia cesó recordé que esas clases eran de las pocas en la que la asistencia opcional no reflejaba su estado con asientos vacíos ni murmullo y risotada juvenil. En ellas se veía cómo una pizarra vacía iba reflejando, con cada trazo de tiza, algo parecido a lo que se encuentra en las preparaciones en formol. ¡Eureka! ¡La sensibilidad de un poeta! Esos conductos semicirculares en 3D del oído interno, esa corteza renal formando un perfecto arco. Me había estado enseñando un científico artista.

Y es que estos dos campos se cruzan más de lo que es aparente a la vista. El caso evidente es el de la taxidermia, con su apogeo en la época victoriana y con Walter Potter como exponente de la extravagancia y decadencia. En su obra podemos apreciar especímenes disecados de animales realizando actividades humanas y mundanas; como en sus dioramas más famosos: "La boda de los gatos", "El té de los gatos" y "La muerte y entierro de Cock Robin". En este último el aspecto cabizbajo de los petirrojos y los abalorios de lágrimas colocados en los ojos brillantes de las aves —como si estuvieran en ese punto en el que el lamento está por abrir un cauce de llanto— son la mezcla perfecta de arte y ciencia. Porque más allá del espectáculo y el shock de ver a una gatita en vestido de novia, se debe aplaudir la proeza con la que logró poner en el escaparate ese aspecto vivo, con la limitación en las técnicas de preservación.

Otro caso es el de la preparación hecha por el anatomista John Hunter. Él hacía arte anatómico, y en una de sus preparaciones, que se puede encontrar en el Hunterian Museum, quería mostrar el tumor en la cavidad nasal en la cara de un niño ya fallecido. Así que le inyectó pigmentos para lograr un aspecto vivo. De cerca se puede apreciar cada pelo de las cejas, cada pestaña, las mejillas sonrosadas, algunos capilares cerca de las fosas nasales. El niño está durmiendo plácidamente, soñando con los querubines, si ignoras que tan solo un cuarto de su cara se encuentra en un jarro de cristal.

Imposible por un bias vocacional no mencionar las competiciones de agar. Quien haya visto una placa de agar con colonias de todos los tamaños y colores no habrá dudado en hacer una preparación microscópica para ver el matiz de la colonia; más allá de ver si es un coco, bacilo, espirilo o vibrio. Por ello no es sorprendente que en las competiciones de arte en placas de agar, algunos microbiólogos hayan recreado obras como "La noche estrellada" de Van Gogh o "La gran ola de Kanagawa" de Hokusai utilizando Candida albicans, Candida glabrata, Candida parapsilosis, Proteus mirabilis, Acinetobacter baumanii, Enterococcus faecalis o Klebsiella pneumoni.

Las interconexiones están allí para quien quiere cruzar la frontera mental de estas dos ramas. Es muy cierto aquel proverbio que dice que el arte nace de la observación y de la investigación de la naturaleza.

Rocío Valverde

 
Rocío Valverde
18 de julio del 2016

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