Jorge Morelli

Aprendizaje de la tolerancia

Aprendizaje de la tolerancia
Jorge Morelli
18 de noviembre del 2015

Sobre el fanatismo religioso como camino inexorable a la violencia

Los sectores políticos más radicales del Islam, responsables de la barbarie terrorista que hoy enluta a París, son incapaces de tolerar la existencia del “otro”. El “otro” es el enemigo absoluto.

Lo mismo ocurría en Francia 400 años atrás, durante las Guerras de Religión que duraron todo el siglo XVI, entre protestantes y católicos. Basta con que uno de los bandos se crea poseedor de la verdad para que no haya lugar para la tolerancia.

El edicto de Nantes, firmado por el rey Enrique IV de Francia en 1598, puso fin a las Guerras de Religión en Francia al autorizar la libertad de conciencia a todos, luego de un siglo de matanzas en nombre de la “verdad”, cuyo punto de inflexión debió ser la matanza de la Noche de San Bartolomé, en 1572. El propio Enrique, protestante él mismo, había tenido que convertirse al catolicismo para acceder al trono de Francia. ”París bien vale una misa” es la frase que registra la historia. Pero es enorme la obra política de este rey, nacido en Navarra, quien sería el primero de los Borbones de Francia luego del fin de la dinastía Valois. Su estatua ecuestre se halla en medio del Pont Neuf, que él mandó edificar sobre el Sena, como un símbolo, un puente que se eleva sobre el abismo para unir dos orillas.

La paz no ocurre por sí misma, la impone la autoridad legítima. El de Nantes no fue el primer edicto de pacificación entre católicos y protestantes en Francia, ni sería el último, pero se aplicó porque Enrique puso toda la autoridad de la Corona detrás de él. Aunque después habría recaídas con reyes débiles, el edicto de Nantes a la larga prevaleció. No solo porque décadas de guerras de religión habían convencido a la mayoría de que la paz era preferible, sino porque fue aplicado con absoluta decisión política. Cada cual puede creer en lo que su conciencia le dicte en privado, pero de este lado de la realidad, del lado público, se respeta la ley. Cincuenta años después, Thomas Hobbes, el filósofo del Estado moderno, pudo escribir en el Leviatán: “auctoritas non veritas facit legem” (“la autoridad, no la verdad, hace la ley”).

Uno podría creer que el aprendizaje de la tolerancia es un triunfo de la civilización que se obtiene de una vez para siempre. Desgraciadamente, no es así. Los esfuerzos de Alfonso X el Sabio por lograr la convivencia pacífica de cristianos, judíos y musulmanes en Toledo, darían paso, apenas décadas después, a la expulsión de España de musulmanes y judíos durante la unificación bajo el reinado de Fernando e Isabel, la Católica.

La tolerancia se ha olvidado y vuelto a aprender nuevamente innumerables veces en la historia. La clave para sembrarla es la autoridad legítima y su ejercicio por un gobierno capaz de aplicarla efectivamente. Desgraciadamente, no ha sido el caso hasta hoy entre los grupos étnicos y vertientes religiosas del Islam en el Medio Oriente, perdidos en el laberinto de una Torre de Babel política.

Acaso el único provecho de la existencia del Estado islámico -que abraza la utopía de restaurar el Califato de Bagdad- sea reunir en su contra a franceses, americanos, rusos, sirios, iraníes y turcos, musulmanes, judíos y cristianos.

Después de todo, ochocientos años antes del edicto de Nantes, el gran gobernante del verdadero Califato de Bagdad, Harun-al Rashid -el de la Scherezade de las Mil y una Noches- intercambiaba cartas y embajadores con el emperador de los francos, Carlomagno, heredero del Imperio Romano de Occidente, Defensor de la Fe Católica y brazo armado del Papa.

Por: Jorge Morelli (@jorgemorelli1)

Jorge Morelli
18 de noviembre del 2015

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