Antauro Corazón

Errores políticos que podrían conducirnos a los peores radicalismos en el 2021

Resulta más que preocupante que ad portas de cumplirse doscientos años de la independencia política del Perú, sigamos siendo un “país adolescente”. En la primera vuelta electoral Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski fueron expresión de la voluntad del 62% de los electores. Frente a ellos se mantuvo —grosso modo— ese 30% que viene manifestando hace un buen tiempo su reclamo por Estado.

Keiko y PPK son básicamente apuestas expresas por el libre mercado. Ninguno de los dos declara ser impermeable a las reformas de Estado que permitan incluir a los más; ninguno de los dos suscribe controles de precios, ni empresas públicas; y ninguno de los dos declara interés alguno por recortes de la libertad de expresión ni de los Derechos Humanos.

Ciertamente, ella estaría más cerca a lo que se denomina “capitalismo popular”, y él —en el imaginario público— más proclive a la gran empresa. En cualquier caso, ambos enfoques se disuelven en la apuesta por el libre mercado y sus planes de gobierno ofrecen finalmente más coincidencias que discrepancias.

Hubiésemos esperado entonces para esta segunda vuelta un debate de propuestas y soluciones, ante urgencias de corto y mediano plazo que todos conocemos. Sin embargo, la disputa por el poder y la priorización del marketing frente a la política, parecen que signar el camino a la segunda vuelta. Para ello se cuenta con el aliento también marketero y vendedor de los medios y de las pasiones desenfrenadas de las redes sociales.

Por encima de las propuestas, que atenderían los llamados insights superficiales vinculados a la racionalidad, asistiremos más bien a una campaña que ni siquiera sabrá contentarse con la apelación a insights emocionales, sino que pretenderá manipular el subconsciente del elector. Por lo que se está viendo, no se vacilará antes de apelar a instintos elementales pero profundos: odios, venganzas, temores irracionales, fatalidades del destino.

Una campaña así debilitará la gobernabilidad de quien gane la elección. Allí donde había más coincidencias en un inicio, se impondrán los insights profundos aireados durante la campaña. Y ello perturbará los juicios y decisiones afectando no solo a los cinco años venideros, sino también a las opciones políticas de cara al 2021.

Quienes votaron por los dos candidatos finalistas tampoco están de acuerdo con el funcionamiento del Estado. La mayoría adhieren a una reforma para reencontrar al Estado con el ciudadano. Esos votantes —particularmente aquellos de los sectores más populares y los jóvenes— esperan, por el momento, un reencuentro con la racionalidad. Y si este no se produce, por la adolescencia de los políticos, una tercera voz radical será la beneficiada.

El señor Santos obtuvo casi 5% de la votación estando en la cárcel. Aparecer como víctima siempre es un valor agregado; por ello Antauro Humala —a quien le será más que fácil aspirar los votos que la izquierda dice haber obtenido— no solo tendría la ventaja de haber estado en la cárcel, sino el poder de movilización probado del etnocacerismo, que se potenciará con la victimización. Y que operará —de no producirse la reforma del Estado— sobre un público objetivo más numeroso que el 30% actual desencantado con el Estado.

Es el momento de asumir responsabilidades, empezando por los candidatos, sus partidos y sus voceros, y continuando con el periodismo y los usuarios de las redes sociales. Porque si persistimos en rumiar pasiones y en disparar insultos dejaremos de ser simplemente “un país adolescente” —lo que podría ser hasta una bonita metáfora— para convertirnos en un país adoleciente de democracia.

 

Eduardo E. Zapata Saldaña