Eduardo Zapata

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Eduardo Zapata
26 de noviembre del 2015

Sobre la relación entre universitario y profesor

Disculpe usted. Pero jamás he entendido el sistema computarizado por el cual el pasar lista en una clase se convierte en un ritual de “presentes/ausentes” sin rostro. De “sí estoy aquí o no”, pero no existo. Ocurre que en ‘las más modernas universidades’, las listas están mecanizadas. Y si uno no se apura al pasarlas se cierran automáticamente. De modo que si el propósito es gradualmente ir identificando nombres con fisonomías de alumnos, la tarea es imposible.

Dado que se trata de cumplir con una ritualidad –y antes de que el eficiente sistema cierre sus fauces y nos devuelva a la nada- hay que leer mecánica y velozmente apellidos y nombres sin poder siquiera levantar los ojos. Las listas, entonces, no están hechas para conocer a los alumnos, sino solo para cumplir con la ritualidad administrativa del presente/ausente.

Confieso que como joven o viejo profesor universitario me ha gustado siempre aprenderme los nombres de los estudiantes para recordarlos –por respeto- no solo durante el ciclo, sino, de ser posible, para siempre. Me ha gustado –y me gusta- saber el nombre y apellido de aquel o aquella joven cuyos sueños están sentados en aula y cuyo interés debe ser motivado. Y todos sabemos que en el principio era el verbo…

Lo peor que le puede ocurrir a un profesor es que a la pregunta que suelen hacerse entre los estudiantes: “¿con quién estás llevando el curso de…?”,  el alumno conteste: “con uno bajito, medio gordito, buena gente”. Pero ante la interrogante: “¿cómo se llama?”, la respuesta será un trágico: “no sé”. Creo que eso es lo peor que le puede pasar a un profesor universitario.

En tiempos de semestralización -nulos cursos anuales y cursos electivos- donde el profesor ve a un alumno, tal vez una vez por semana, el sistema administrativo –una vez más- termina por menoscabar la auténtica labor docente. Pues, por lo pronto, conspira contra la nominalización y nos envuelve en el anonimato. Se me viene a la mente el cuento “El Cumpleaños de la Infanta”, de Oscar Wilde, donde la infanta solicitaba juguetes que “no tuviesen corazón”.

Una vez más la “nada administrativa” –publicidad, marketing, talleres de docencia universitaria, coordinaciones obligatorias entre los profesores- le va ganando terreno a la tarea docente. Que en lo esencial supone el encuentro o intercambio entre un profesor y un alumno realmente existentes. Con nombres y apellidos.

Vivimos inmersos en una sociedad bastante hostil. Con familias, muchas veces, dolorosamente desestructuradas o disfuncionales. Con universidades cuya fisonomía sabe de aulas que se multiplican por doquier, pero poco de espacios para que profesores y alumnos puedan conversar. Y si hay algo que uno siente que va escaseando en las instituciones superiores universitarias, es el afecto y el cultivo de este.

Una educación así planteada produce en algunos cinismo. No en pocos producirá impulsos contra el propio sistema. Y no me refiero solo al sistema universitario. Debo decir –por mi larga trayectoria universitaria y porque tuve la suerte de tener maestros de verdad- que la curiosidad intelectual, base del conocimiento, debe alentarse y cultivarse. Y eso se logra con afecto.

Mi saludo a todos aquellos profesores que –a pesar del peso de lo administrativo- siguen creyendo en la docencia.  

Por: Eduardo Zapata

Eduardo Zapata
26 de noviembre del 2015

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