Hugo Neira

Anomia y sociedad incivil

Anomia y sociedad incivil
Hugo Neira
25 de agosto del 2014

Reflexiones sobre el ejercicio de la política en la sociedad peruana

Me escriben amigos exalumnos. Algunos, lo de Polanyi lo han tomado como un ataque al mercado. No me he dejado entender. Polanyi, de vivir hoy, no sería un partidario de Hugo Chávez ni de las teocracias islámicas. Era un antiautoritario. Por lo demás, no soy un político. Pero cuidado, no me sumo al facilismo de despreciarlos. Política y políticos son necesarios. Cuando no los hay, hay dictadores. Hay antipolítica. Al poder personal tuvieron que acudir hasta los sensatos griegos, inventando el Tirano. Pero, dado el abuso, se resignaron al régimen abierto que llamaron politeia. Su idea central era el debate y la tolerancia. Nos suena a chino.

¿Por qué estoy, entonces, en esta columna? Porque me interesa mi tiempo, mi país. Pero no busco poder alguno. Tuve pasiones políticas, es verdad; en el largo exilio se transfirieron a otro tipo de apasionamientos, los del conocimiento. Mi carrera de profesor ha sido en Europa. He incorporado en mis hábitos la axiología de la neutralidad, al menos hago el esfuerzo de no ser dogmático. Eso es puro Weber. No tomar tus deseos por la realidad. Pero eso del control de los afectos nos provoca grima, desazón, venimos de sociedades nacidas de la Contrarreforma. Todo lo volvemos dogma.

Polanyi incomoda pero no por antiliberal. Sino porque dice que existe la sociedad. Lo que no está ni en liberales ni en marxistas. En los primeros cuenta la economía con exceso, se desinteresan de toda otra racionalidad. En los segundos, cuenta el poder, y ante la sociedad esperan dirigirla a lo que les parece el bien común. A mí lo que me preocupa —y a ratos me divierte— es el dualismo peruano. Nos es cómodo pensar en términos maniqueos. Ser intolerante no desacredita, al contrario. Quedas regio. Por una vez seamos sinceros: predominan antiapristas, antifujimoristas, anticaviares, antimineros, anticipriani, anticaída del cabello. En la presente guerra civil mental entra casi todo el mundo. En Perú, hay economía liberal pero no hay liberales.

Tengo un par de exalumnos que pueden llegar a Presidente, y no bromeo. Mal hacen, sin embargo, en inscribirse en el antiestatalismo a la peruana. ¿Y reverenciar la informalidad sin ver que también es un gran mal? ¿No saben que la Sunat tiene todos los problemas del mundo para normalizar a los boyantes emprendedores? Mal hacen los liberales en inscribirse en el viento del alegre desorden. Si uno de ellos llega al poder, va a sufrir. Los votantes no quieren otro Estado, quieren ninguno. Desde abajo, somos el país más ácrata del mundo. Y como hay plata, los resultados son malsanos: en una combi y por Comas “Tu envidia es mi progreso”. Nuestra sociedad es peticionaria, como dicen los mexicanos (y con razón). Pero, luego de votar por algo o alguien, cinco años después, ¿estarán inevitablemente en contra?

En el Perú no se ha soportado gobierno alguno. Aquí se ha detestado a todo el que manda. A Balta, lo fusilaron mientras almorzaba. Y a Pardo, un sargento que gritó “¡Viva el pueblo!”. Leguía, acabó preso. Velasco, culpable de todo, aunque repartiera tierras. Toledo, se fue con una aceptación muy baja que no merecía. A García, jamás le reconocerán que continuó disminuyendo la pobreza. Han adorado a Paniagua porque se fue al cielo. Y a Belaunde, que no hizo reforma alguna. Nos gustan los blanditos, los buena gente. Lo malo es que para mejorar hay que establecer normas y sanciones. ¿Gobernar sin gobernar?

Tenemos una sociedad incivil. Corroída por la falta de normas. En 1987, describí la anomia. Se ha generalizado y a la vez actitudes sectarias. En política son nefastas. En el campo intelectual, peor: toda certeza es puntual y sujeta a revisiones. Hay que escuchar a “ese” que piensa distinto, no vaya a ser que en algo tenga razón.

Por Hugo Neira

Hugo Neira
25 de agosto del 2014

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