Eduardo Zapata

Alumnos, autoestima y aprendizajes

Alumnos, autoestima y aprendizajes
Eduardo Zapata
13 de julio del 2017

Con bajas autoestimas es imposible el diálogo exigido por la educación

Decíamos en una nota anterior: “Qué duda cabe que de la ¿autoestima de profesores y alumnos habrá de depender el logro educativo. Porque allí donde hay bajas autoestimas —en cualquier situación— las argumentaciones y el diálogo fracasan. Y la educación es en puridad y esencia justamente eso: diálogo”.

Y añadíamos, a propósito de los docentes: “… probablemente un enorme porcentaje, hoy sometido a las torturas de las capacitaciones permanentes y sin fin, se siente frustrado. Con la carga de baja autoestima que ello conlleva”.

¿Y qué hay —en la realidad cotidiana de nuestra escuela— respecto a la autoestima de nuestros estudiantes? Provenientes muchos de ellos de hogares pobres, están adscritos a la fisicidad de una escuela igualmente pobre. En este sentido, la escuela sabe más de ausencias que de presencias. Provenientes también muchos de estos alumnos de hogares desestructurados y carentes de afecto, están adscritos también a un mundo escolar que hace tiempo ha olvidado la palabra afecto. El colegio, así, continúa siendo una prolongación de ausencias.

Millones de nuestros niños y jóvenes transcurren su etapa escolar en locales físicos agotados por el tiempo y la desidia, carentes hasta de servicios higiénicos dignos, con espacios recreativos que saben más de formaciones escolares militarizadas que de auténticos espacios de recreación docente.

Millones de esos niños y jóvenes transcurrirán su etapa escolar entre el libro esquivo, útiles incompletos o hasta inexistentes, mobiliario precario y con solo el sueño del equipamiento tecnológico requerido. Porque acaso, y con suerte, haya servicio eléctrico en su escuela.

Dichos niños y jóvenes detentarán una insignia que los identifique como adscritos a una escuela dada. Pero en las condiciones descritas ¿acaso ese niño podrá identificarse con ese local y esa realidad lacerante? Más aún cuando ese niño tiene ojos y ve a otros niños que estudian en mejores condiciones que él.

A la frustración y baja autoestima del maestro —a la que ya hemos hecho alusión— se sumarán la frustración y baja autoestima del estudiante. Y lo hemos subrayado ya: allí donde hay encuentro de bajas autoestimas es imposible el diálogo fructífero exigido por la educación. En el mejor de los casos este será reemplazado por la rutina y el desdén de alumnos y profesores respecto a la escuela, cuando no por la violencia irracional surgida de la carencia y la impotencia.

Tal vez si solo reorientásemos las cuantiosas sumas que se dedican a asesorías, consultorías y publicidad —finalmente en su mayoría gasto inútil— en el sector educación, podríamos aliviar en algo las condiciones descritas y con ello alimentar en algo también la autoestima de nuestros estudiantes.

No hay necesidad de repetir aquí que tanto la semiología como la sociología —y el buen arquitecto— nos dicen que los espacios físicos también educan.  

 

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
13 de julio del 2017

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