Hugo Neira

Alejandro. Zona de derrumbes

Alejandro. Zona de derrumbes
Hugo Neira
13 de febrero del 2017

¡El cholo de Harvard con orden de captura planetaria!

Desde la pequeña pantalla, estando fuera del país, me da pena ver cómo se derrumban las casas de la gente en Chiclayo. Y me admira la paciencia y el coraje con que nuestro pueblo enfrenta la desgracia de la natura. Los huaicos se toman la libertad de inundarnos como si nuestra sociedad no produjera otros males, un Huascarán de corrupciones. Lo que se revela en torno a Alejandro Toledo me produce un estado de ánimo que es el de incontables peruanos —cólera, pena, asombro—, ¡“el cholo de Harvard” con orden de captura planetaria! Y aunque sea graciosa su imitación en la tele, no es hora de comedias, no soy partidario de los que cuentan chistes en velorios. Juan de la Puente, en uno de sus artículos, ha dicho que hay una responsabilidad ética y política, colectiva. Y tiene razón. Lo hemos apapachado demasiado. Me viene a la memoria el rostro de señoras del pueblo que lo chupeteaban como si fuera un pariente. A Toledo lo han querido.

Lo que da realmente pena es que haya acabado él mismo con esa hermosa historia que era la suya. El niño que a los cinco años participa de la migración familiar hacia Chimbote. “Llegaron con el equipaje de la pobreza”, escribe Humberto Jara en Historia de dos aventureros. El padre se convierte en ayudante de pescadores y duermen y moran en la estación ferroviaria. El resto lo sabemos: el canastón de tamales que vendían, los voluntarios del Cuerpo de Paz de Kennedy, el papel de Joel y Nancy Maister, pareja de gringos, y de pronto, lo que tantos peruanos aspiran, “el sueño americano”, Berkeley, Stanford, el fútbol, Eliane. Y el resto que conocemos. Bella historia, por poco, un pesebre en Belén.

Pero la saga misma nace fallada. Desde el origen mismo, la verdad a medias. No nace en Cabana, sino en el centro poblado de Ferrer, distrito Bolognesi. Y no estudia Economía, sino uno de esos inventos americanos, para manejar hospitales, hoteles, aeropuertos. Toledo es doctor en Economía de la Educación. Lo de Cabana también es mítico. ¿De dónde es realmente Toledo? ¿De esa nueva burguesía depredadora que surge debido a la globalización y que no tiene más patria que los territorios interminables del dinero aventurero? ¿Por qué no negocios con Maiman, en empresas offshore, o el gas por Ucrania? Solo dios y Putin lo saben.

Control de daños. Pienso en la gente que congrega en Perú Posible. Roberto Dañino, Luis Solari, Beatriz Merino, Carlos Ferrero. Y Henry Pease, Rodríguez Rabanal, Juan Sheput, Nicolás Lynch, tantos y tantos, centenares. Kurt Burneo y Oscar Dancourt en el equipo económico de PPK como ministro. Una capa social de profesionales que querían hacer algo políticamente por el país. Y Hugo Garavito que intentó pensar el posibilismo. ¡Qué lástima!, un personal humano de primera, desperdiciado.

Ahora es fácil cargarle las tintas. Pienso en los que tempranamente se dieron cuenta. En una crónica publicada en Caretas, por el 2002, Fernando Vivas escribió: “Toledo es un peruano-norteamericano”. Hubo gente, venida de las ciencias sociales, que fueron muy críticos. Pienso en Desco, “Perú hoy, los mil días de Toledo”. Y ahí dicen: “El Perú de Toledo confronta un escenario paradójico, una gran estabilidad macroeconómica, una gran incapacidad de la política y un gran descontento social creciente”. Genial, ¿no? En el 2004, no hoy. Qué gracia, cuando está en el suelo. Qué bien por Desco, ¿no? No sea ingenuo, amigo lector, esa revista Quehacer ya no existe. La izquierda no tiene nada que aprender de nadie, ni siquiera de sus revistas.

Se derrumba el propio Toledo. Se derrumban varios partidos. Y no necesariamente por el efecto Odebrecht. Las agendas de Nadine lo preceden. ¿Qué queda del Nacionalismo? Y van dos. ¿De Fuerza Social de Susana Villarán? Tres derrumbes partidarios. “Significativo”, como dicen los del Banco Mundial.

Seamos sinceros, Odebrecht es un cataclismo, pero no inventó la corrupción. Cuando Fujimori padre, escribí sobre “la utopía mafiosa” (La República, 2000). Y luego vino un tiempo de petroaudios y narcoindultos. Y hace poco, la compra de ocho millones de pañales que se esfumaron en el 2015. Lo que descubre Odebrecht se parece a lo de Colón: no son cuatro islas caribeñas, sino un continente, al que pudre.

En fin, muy dados que somos a la magia, a irracionalismos, a apus, al Inkarri, a modas antropológico-delirantes, el derrumbe del “cholo sagrado” es una derrota simbólica que toca su poco a Goyo, al padre Arana y a Acuña, que ya medio nazi habla de la “raza peruana”. Eso se acabó. Y la línea imaginaria que se inventaron conchudamente los consultores-periodistas, separando “decentes” de “corruptos”, que conduce a la ruina a grandes diarios que ellos han vuelto aburridísimos. Derrumbaron los tirajes.

La mafia que hace fortuna desde cargos públicos es transpartidaria. ¿Aprenderemos a ser menos ingenuos? ¿Habrá acaso una reacción saludable? Puede que la gente se envalentone y denuncie coimas, chicas y grandes. Con todo, no están mal esos escándalos. Como decía mi abuelita, que era muy dicharachera, no hay bien que por mal no venga. Y todos nos merecemos un jalón de orejas que nos viene acaso de los altos designios. “Santa Rosa de Lima ¿cómo consientes que en el Perú se chupe tanto aguardiente, alundero le da, Zaña, alundero le da”.

Por Hugo Neira
Hugo Neira
13 de febrero del 2017

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