Martin Santivañez

“Académico de mierda”

“Académico de mierda”
Martin Santivañez
27 de junio del 2014

La verdadera Academia se nutre de la realidad

La anécdota me la contó un querido amigo, candidato hace unos meses a un cargo de elección popular, en un gremio importante, fundamental: el de los abogados. Resulta que mi amigo, el candidato, el día de la elección, repartía saludos a los abogados que ingresaban al local en el que se votaba para escoger al Decano del Colegio de Abogados de Lima. El hombre, entre abrazos y vítores, de pronto vio que alguien se abría paso entre la multitud y se colocaba a un metro de él, tan sólo para espetarle, sin parpadear, una frase bastante gráfica, a modo de insulto: “académico de mierda”.

Mi amigo, que es un gran académico y profesor universitario, se quedó sorprendido. Francamente, es extraño que alguien emplee el término “académico” como un insulto, intentando rebajar la calidad de una persona y menospreciar su trayectoria de cara a una elección. Pero lo cierto es que la profesión académica, en este país, es sometida continuamente al escarnio de aquellos profanos que no han leído un libro en su vida. Se considera “académico” aquello que es demasiado “teórico” y, por lo tanto, alejado de la realidad. Ahora bien, esta noción perversa sobre la academia es esencialmente falsa porque lo académico, lo verdaderamente académico, lo es en virtud al principio de la realidad.

Me explico. La academia está unida a la realidad. La academia, la auténtica academia, se nutre de la realidad. Las raíces de la investigación multidisciplinar de calidad pertenecen a un entorno concreto, beben de una coyuntura real. La academia de calidad siempre abraza su circunstancia, la analiza, busca transformarla. La academia tiene, en tal sentido, la misión (altísima misión) de comprender su entorno para modificarlo de manera positiva. El principio de realidad genera una consecuencia racional: el reformismo. La academia es el motor de tal cambio, su timón, la garantía de la continuidad. Una academia divorciada de la realidad, una universidad y unos intelectuales ausentes de su entorno provocan el colapso del reformismo, el entumecimiento del Estado y la anomia gerencial de lo público. La excesiva teorización, íntimamente vinculada a la desviación ideológica, es impropia de la verdadera academia y está unida a la falta de profundidad, a la ausencia de solidez en el conocimiento.

Los novecentistas peruanos tenían razón cuando intentaron unir la academia peruana, especialmente la universidad, al realismo nacional. Esta unidad, ellos así lo comprendieron, era la premisa necesaria para la transformación y el desarrollo del Perú. De allí que se torna imprescindible para esta generación bisagra consolidar una academia peruana que se interese por los problemas del país, que responda a sus desafíos, que sea capaz de unir glocalmente lo mejor del mundo a la realidad nacional, sin caer en aquello que Víctor Andrés Belaunde llamó, con acierto, “anatopismo”, es decir, la copia de modelos sin la necesaria criba nacional.

Para eso hemos de formar académicos plenamente insertados en el mundo, competitivos, con publicaciones interesantes pero realistas, lo que equivale a defender la dimensión peruanista del conocimiento. Ciertamente, la aplicación de la ciencia siempre ha de tener en cuenta el entorno de su implementación (tailoring). Siendo así, la búsqueda de un conocimiento peruanista es, en el fondo, una exploración racional que tiene como objeto el cambio, la regeneración. La academia que no está enraizada en la realidad y que no aspira a la excelencia condena al país a la medianía y al subdesarrollo. El primer paso para una universidad de calidad es el fortalecimiento de una carrera académica que reconozca la importancia del principio de realidad. Académicos realistas forman peruanos realistas. Y una buena dosis de realismo es lo que de verdad necesita este país.

Por Martín Santivañez

Martin Santivañez
27 de junio del 2014

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