Dante Bobadilla

A más Estado, más corrupción

A más Estado, más corrupción
Dante Bobadilla
20 de octubre del 2016

Penas draconianas ni reorganizaciones resuelven el problema

Las soluciones efectivas surgen luego de un buen diagnóstico. En el caso de la corrupción, obviamente, nunca se ha llegado al buen diagnóstico. El asunto se limita a la condena del corrupto y a mancillar la agrupación que lo cobija. Todo empeño para enfrentar la corrupción se reduce a señalar penas draconianas y anunciar reorganización del organismo afectado. Allí acaba el circo anticorrupción. El anuncio del presidente Kuczynski no pasa de ser eso, y al final le encarga al ex Defensor del Pueblo Eduardo Vega enfrentar el flagelo. De él solo cabe esperar un “Día de la lucha contra la corrupción” para salir a hacer marchas y lavados de banderas. Más nada. Y lo que se necesita es ir a la fuente de la corrupción.

El corrupto es un ser que, como un pez, necesita agua para vivir y nadar a sus anchas. Y el mejor ambiente para un corrupto (el agua para estos peces) es el Estado y el poder que le proporciona. Recuerdo a un tío que solía decir algo medio racista sobre los agentes PIP: “dale una placa y una pistola a un cholo y al día siguiente estará abusando de la gente”. Y era cierto: el poder transforma a las personas. La actitud natural del funcionario con poder e impunidad es el abuso y la negligencia. A más poder, mayor corrupción; a más impunidad, mayor negligencia. Y el Estado es pródigo en ambos casos gracias al reglamentarismo y estabilidad laboral, entre otras causas.

El Estado todopoderoso, que controla la vida de los ciudadanos y la suerte de las empresas, es una fábrica de corruptos. Aquellos que quieren mirar para el otro lado y hablar de los “corruptores” solo venden humo. Los extorsionados no tienen la culpa de nada, ellos son víctimas. A nadie se le puede culpar por pagarle a un extorsionador para que te deje vivir o permita funcionar a tu empresa. Como viajero permanente por el país he sido víctima de la extorsión de policías en las carreteras infinitas veces, y no me siento un corruptor por haber preferido pagar a estos asaltantes de carretera y seguir mi camino. Si quieren luchar contra esta corrupción tienen que eliminar las normas absurdas que no sirven para evitar la delincuencia ni los accidentes, sino para otorgarle poder a los policías en su extorsión.

Los burócratas tienen demasiado poder en las diversas instancias del Estado, y la corrupción es la consecuencia directa y obvia de tanta normatividad. El ciudadano vive expuesto e indefenso, dependiente del poder de estos funcionarios para continuar con su existencia. Una simple bodeguita tiene que someterse a los caprichos absurdos de los funcionarios de Defensa Civil para poder funcionar, cumpliendo medidas estúpidas como poner cartelitos insulsos por todos lados. Multipliquemos esto por las docenas de instancias burocráticas por las que los ciudadanos debemos arrastrarnos para pedir una licencia, cumpliendo requisitos absurdos y expuestos al capricho de funcionarios displicentes que se creen los dueños de nuestras vidas. En resumen, no hay que mirar solo a los corruptos sino también al ambiente que los genera. Hay todo un sistema que crea las condiciones para que la corrupción resulte el camino más corto entre una necesidad y su solución. Este sistema se sustenta en la sobrerregulación del Estado.

¿Alguien cree que exigir una engorrosa licencia policial para lunas polarizadas en el auto —o incluso para portar armas— sirve para frenar la delincuencia? ¡Para nada! Pero se insiste en lo mismo, y cada año suben los precios de estas licencias y aumentan los requisitos absurdos sin que nadie los pare. En los hospitales es obvio que prefieren apelar al sector privado para sortear la inoperancia del Estado en la adquisición y mantenimiento de equipos. De lo contrario no podrían operar. Es el escenario restrictivo del Estado el que crea las condiciones para la corrupción. Pero lejos de transferir la salud a la gestión privada, siguen pidiendo que el Estado se haga cargo de todo. Chillan contra la privatización y el afán de lucro. Prefieren vivir en sus mitos.

Mientras no cambiemos esa mentalidad estatista y controlista, y sigamos viendo al Estado como el proveedor exclusivo del bienestar gratuito, empoderando a funcionarios que pueden exigir mil requisitos, la corrupción seguirá siendo la marca distintiva del sector público. Hay que quitarle el poder al Estado y sus funcionarios para dárselo a los ciudadanos. Hay que privatizar la gestión de salud y otros servicios. Es la única forma de acabar con la corrupción y dar buenos servicios.

Dante Bobadilla

 
Dante Bobadilla
20 de octubre del 2016

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