Martin Santivañez

A hierro mueres

A hierro mueres
Martin Santivañez
15 de mayo del 2015

La historia, maestra de vida, siempre nos permite observar cómo los errores que se cometen generan consecuencias tarde o temprano. Eso es precisamente lo que ha sucedido con Tía María. La política siempre implica un deslinde de responsabilidad, una relación personal de acierto o error. El Presidente Humala es uno de los grandes responsables de la violencia en Islay porque, cuando inició su carrera política, decidió que ésta tenía que estar vinculada a la reivindicación radical, al coqueteo con la violencia y la vacancia de sus oponentes. Aquél que de candidato ni pudo ni quiso frenar la indisciplina de la violencia, de gobernante siempre naufragará al imponer el orden, porque el pueblo solo cree la prédica coherente o el arrepentimiento sincero.

No hay, pues, prédica coherente (el humalismo de polo blanco de vez en cuando lanza sus amenazas de polo rojo) y mucho menos arrepentimiento sincero. Lo que emerge cuando se contradice al gobierno es una soberbia manifiesta que solo atina a excusarse con el agravante de que se intenta distorsionar el pasado. Esta es una de las grandes hipotecas del humalismo. Un movimiento que nació radical, tras el juramento de San Marcos, ha intentado presentarse como un partido de estadistas. Sin embargo, la primera razón del estadista es la de su propia coherencia. Ser coherente no significa que nunca te vas a equivocar. La coherencia pasa siempre por reconocer el error, rectificar y tirar para adelante. El gobierno no reconoce errores, no rectifica y por ende permanece estancado en la indefensión.

La responsabilidad política del humalismo tiene larga data y se agrava porque no reconoce el origen del error. Sin una autocrítica real la rectificación es una quimera. Ahora bien, los otros responsables de la sangre de Islay hoy degustan caviar mientras miran en la televisión la consecuencia directa de su prédica antisistema. Ciertamente, nuestra progresía ha sido incapaz de superar la desviación jacobina y lo que busca es refundar el Estado desde el radicalismo. Cuando ha tenido la oportunidad de reconducirlo o reformarlo se ha hundido en la incapacidad, en la ineficacia de sus cuadros y en el nepotismo estéril de sus líderes. Este adanismo radical que se encuentra en el centro de la vida progresista neutraliza todos sus afanes de gobierno. Con todo, la sangre de Tía María pudo haberse evitado si nuestra izquierda, en vez de actuar de forma irresponsable -como lo ha hecho desde Sendero- denunciaba el uso de la violencia y apoyaba la intervención del Estado. La progresía peruana ha claudicado hace mucho tiempo y es incapaz de ejercer un verdadero pensamiento crítico porque no llega a la raíz del problema y comete el viejo error de colocar en el mismo plano el control del Estado (que utiliza la violencia legítima) con el radicalismo que aspira a exacerbar las contradicciones, aunque todo perezca en el camino.

En fin. El 2016 está a la vuelta de la esquina. El que a hierro mata, a hierro muere.  Este gobierno está aprendiendo tal lección de la peor forma y con el más terrible de los costos para el país.

 

Por Martín Santiváñez Vivanco
15 . May . 2015  

Martin Santivañez
15 de mayo del 2015

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