A carajazos y complicidad

Los capos que manejan el comercio informal no deben quedar impunes

Estamos perdiendo la guerra quienes creemos que las personas pueden manejarse libremente, atados a sus convicciones e ideales, sin necesidad de que alguien les diga qué hacer, sin que una ley, norma o reglamento les imponga una conducta y una manera de proceder. Si no hay suficientes personas liberadas que se puedan manejar solas, guiadas por sus conciencias, sin ordenanzas que las atosiguen, no existirá el Perú que tanto se anhela. Harry Peralta dice que “por ser un país en desarrollo, para fortalecer al Estado y sus instituciones, se requiere de estrictas medidas de control para evitar que la naturaleza de los hombres se imponga”. Y tiene la razón. La realidad apabulla cualquier idealismo y buena intención. Aniquila todo romanticismo social. Qué pena. Como si la experiencia importara poco, como si las desgracias no dejaran huella, como si fuéramos primitivos, la gente debe moverse a carajazos y a latigazos, con una fuerza vertical que encamine y corrija esa naturaleza pecaminosa, desordenada y corrupta que caracteriza al hombre medio, de perfil opaco, inmaduro y hasta enajenado íntegramente. Y ese hombre endeble es parte de una mayoría mediocre moviéndose por todos lados.

El incendio ocurrido en el centro comercial Las Malvinas es una muestra de muchas cosas, todas juntas en un solo lugar. El hecho desnuda completamente la situación actual. Nos dice claramente que no estamos preparados para ser parte de la OCDE, para mirar el desarrollo e integrarnos a ese reducido grupo de países, como es el deseo de unos cuantos. Esa mayoría mediocre no tiene ni la menor idea de qué trata el primer mundo.

Violar las leyes es la constante diaria de los informales que se imponen sin que ninguna barrera los detenga, y sin que otras barreras perniciosas se levanten para integrarlos a la formalidad. Burlarse de las decisiones de la autoridad es una actitud que se ve en todos los estratos sociales. El abuso sigue siendo el vergonzoso proceder del que domina, del que tiene algún poder. Esclaviza en las narices de la misma gente que no se conmueve frente a la ignominia. Y eso se ha descubierto durante el incendio: jóvenes encerrados, cuidando una mercadería potencialmente peligrosa. Comerciantes, trabajadores y familiares, ligados a Las Malvinas, sabían que esas prácticas proscritas por la racionalidad humana estaban allí. Y todos callados, como cómplices, sin denunciar la canallada en un lugar de alto riesgo, sin medidas de seguridad y condiciones técnicas que puedan evitar desgracias como la ocurrida.

Para regocijo de los antisistema, aquí tienen una nueva oportunidad para apoderarse de la opinión pública y del sentir nacional. Acusan al sistema, a todo lo que representa el emprendedurismo empresarial malentendido y a las autoridades por su constante dejadez y falta de contundencia en sus medidas. Los capos que manejan el comercio informal no deben quedar impunes. Son criminales angurrientos que dominan a su misma clase.

No hay conversación que no esté ligada a la situación difícil que atraviesa el país. Los incendios se suman a la confusión de si la leche es leche o no es leche, y a los enfrentamientos desmedidos entre el Congreso y el Ejecutivo. Todo ello junto a la indiferencia ante una realidad insoportable, lo que empuja a la población a pensar en un gobierno autoritario que ponga en orden al país y que cierre el Congreso que, en lugar de coadyuvar en beneficio del país, mira los réditos que obtendrá para el 2021. Vergüenza total.

Manuel Gago