¡Vizcarra obligado a cuidar a Chávarry!

El fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, no solo ha desatado una guerra del fin del mundo en su contra de parte de todo el establishment que, de alguna manera, pululó en el Estado durante los gobiernos de Toledo, Humala, PPK y la administración edil de Villarán, sino que ha comenzado a tocar callos extremadamente sensibles en una sociedad enferma por la corrupción.

Ha trascendido, por ejemplo, que luego de los golpes a los “Intocables de la Victoria”, a los “Intocables de Ica”, a las zonas controladas por el crimen en el Porvenir en Trujillo, las detenciones de vocales y los procesos a magistrados implicados en corrupción, en el Ministerio Público ya se habría identificado a los altos mandos policiales que participaban de estas sociedades del delito. Y cuando se menciona a altos mandos se habla desde coroneles hasta generales. Ante esta situación, la Fiscalía, según esta versión, habría solicitado a la cúpula policial el apoyo respectivo para desarrollar los allanamientos y detenciones. En el mando policial se habría exigido los nombres de los comprometidos, pero la Fiscalía se habría negado. Todo estaría paralizado desde esa circunstancia. De confirmarse esta versión, que no se publicita por la reserva fiscal de las indagaciones, entonces estaríamos ante uno de los calderos a punto de destapar por la nueva Fiscalía.

En medio del feroz linchamiento mediático contra Chávarry, que revela la explicable desesperación que se apodera de algunas redacciones, es evidente que el presidente Martín Vizcarra y el ministro del Interior, Mauro Medina, deben asumir personalmente la seguridad de Pedro Chávarry y de los fiscales que han comenzado a batir a una sociedad del crimen surgida a la sombra de las debilidades de la democracia.

El intento de estigmatizar a Chávarry sin mayores argumentos —como si se tratara de un candidato presidencial— lo vuelve extremadamente vulnerable ante la desesperación de cualquier afectado por las investigaciones. La historia abunda de ejemplos y sucesos que se deben tomar en cuenta. Vizcarra, pues, tiene la principal responsabilidad en la seguridad del fiscal de la Nación, sobre todo después de haberlo atacado públicamente y luego de haberse reabierto el caso Chinchero. Y en el caso del titular del Interior, sus responsabilidades se acrecientan en extremo.

La decisión de Chávarry de permanecer en el cargo, no obstante la demolición mediática más intensa en las últimas dos décadas, sorprende a propios y extraños. La voluntad del fiscal de seguir solo puede tener una explicación: un hombre decente que no quiere culminar su carrera estigmatizado en base a infundios. No hay otra.

Y toda esta feroz campaña de demolición sin mayores argumentos empieza a parecerse en extremo a cómo actuaban los medios a finales de los noventa. Luego del fujimorato hoy sabemos que durante las administraciones de Toledo, Humala y PPK, la corrupción envolvió a la cúspide del poder. Igualmente sabemos que en los últimos tres años, cuando Pablo Sánchez fue Fiscal de la Nación, en el Ministerio Público se renunció a investigar a los implicados en la gran corrupción, mientras se apretaba en los casos menores. Es decir, se allanaba al pájaro frutero para liberar a los Al Capone y Dillinger.

En este contexto, de pronto, aparece un fiscal de la Nación con una trayectoria de tres décadas sin mayores cuestionamientos. Se le inventa de todo, pero el fiscal continúa impertérrito ante las mentiras. Las encuestas maceran sus números y registran 1,000% de desaprobación, pero Chávarry no se amilana. No es un partido político ni una gran reforma contra la corrupción, es solo un hombre solitario que se alimenta de honor. Los abuelos decían, y en las obras de la Grecia clásica se señalaba, que nadie puede contra los hombres de honor, ni siquiera los dioses. Antes, la muerte. ¡Adelante, Chávarry¡