Víctor Robles y el último cuarto de siglo

Se fue un periodista de la vieja escuela

Se nos fue Víctor Robles, fundador y editor de El Montonero. A su muerte llovieron los reconocimientos y, de alguna manera, recordamos que el Perú es un país demasiado extraño. Generalmente los elogios y las palmas se otorgan a los muertos, pocas veces a los vivos. No vamos a repetir lo que se ha dicho, pero ¿por qué es relevante la trayectoria periodística de Robles en las redacciones nacionales e internacionales? Porque de alguna manera resume y expresa las principales encrucijadas del Perú de los últimos 25 años.

Mi tocayo antes de los noventa era un hombre vinculado a la izquierda; particularmente muy cercano a Alfonso Barrantes de la Izquierda Unida. Cuando el fujimorato desarrolló las reformas económicas y sociales más audaces del siglo XX —aunque sacrificando la democracia y la libertad—, Robles defendió esas reformas a capa y espada. Y entonces el antifujimorismo lo puso en la mira.

Ahora bien, ¿por qué un hombre de izquierda defendía las reformas económicas y sociales del fujimorato? Alguna vez le escuché decir a Manuel Miguel de Priego, otro izquierdista sabio, que el régimen de los noventa había derribado las murallas que separaban al Perú criollo del Perú andino, construyendo —por primera vez— los caminos de la peruanidad. Robles defendió las reformas económicas y sociales porque creía en esa peruanidad, no obstante que nunca se vinculó al Estado ni al gobierno de los noventa.

Con la caída del fujimorato, el antifujimorismo arreció, caricaturizando al régimen de los noventa solo como corrupción y violación de DD.HH. Y mi tocayo fue marginado y excluido de la mayoría de las redacciones pese a su talento indiscutible. Se le acusaba de muchas cosas, no obstante la vida espartana y decente que llevó hasta el final. A veces así es el Perú.

Más tarde defendió con uñas y dientes el papel de las Fuerzas Armadas y a los comandos de la Operación Chavín de Huántar en la derrota del terrorismo y la subversión. Robles diferenciaba claramente los casos aislados de violaciones de DD.HH. de la estrategia antisubversiva más inclusiva y popular en América Latina —basada en la movilización campesina— que desarrollaron los civiles y militares peruanos. Su defensa principista le ganó iras y enemigos.

A medida que la democracia se consolidaba —durante los gobiernos de Toledo, García y Humala—, Robles fue recuperando los espacios que antes se le habían negado. Desde una década atrás yo empecé a trabajar con él en el Instituto Libertad y Democracia, y luego nos lanzamos a fundar El Montonero.

La trayectoria de Robles de alguna forma es la trayectoria del país del último cuarto de siglo, una trayectoria que nos revela una estirpe que comienza a extinguirse. Íntegro de principio a fin en las ideas que profesaba, con él se podía discrepar, si quieren hasta aborrecer sus postulados, pero jamás se podía cuestionar su integridad. Mientras otros sumaban ventajas en el Estado, él se mantenía fiel a su manera de ser. Pero también señalamos que se trata de una estirpe que se extingue porque la prosa de Robles era fina, a veces era un látigo que hería, a veces una navaja que cortaba, siempre puntual y precisa. Y a la hora de poner titulares usaba las sombras, las luces y todos los grises habidos y por haber, y los titulares estallaban.

Robles pertenecía a una escuela de periodismo que se difumina con la velocidad y fugacidad de las redes sociales y con la brevedad del Twitter. Era un hombre que pertenecía al mundo de lo clásico. En El Montonero pretendemos continuar la historia de Robles, recogiendo lo mejor de la vieja escuela para fundirla con la potencia y la velocidad del universo digital.

Víctor Andrés Ponce