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Vargas Llosa y la guerra civil

Pide la destitución del presidente Kuczynski

Vargas Llosa y la guerra civil
Víctor Andrés Ponce
02 de enero del 2018

 

Mario Vargas Llosa está con los nervios destrozados. El indulto al ex presidente Fujimori parece haberle recordado su mortalidad, el poco predicamento que tiene en el país y los fracasos que ha tenido en la política peruana con Alejandro Toledo, Ollanta Humala y el propio Kuczynski. Pero lo más grave de todo es que la gracia presidencial le ha hecho olvidar sus mejores virtudes en el ensayo y la política.

El Nobel peruano siempre ha sido un hombre a favor de las reconciliaciones y los entendimientos entre los adversarios, incluso entre los rivales que llenaron los cementerios con los cadáveres de sus enemigos. El caso más emblemático es la defensa de la España moderna, que pasa por defender los pactos que desarrollaron los franquistas y los socialistas y comunistas luego de una cruenta guerra civil que dejó más de 200,000 muertos y dividió partidos, familias e historias. En todo caso allí están los escritos del narrador sobre el tema.

Igualmente, Vargas Llosa ha sido un enardecido defensor de los acuerdos y pactos entre los herederos de Pinochet y el amplio movimiento antidictatorial que ha originado el Chile moderno que todos conocemos y que desata sanas envidias. La reconciliación en España y Chile, no obstante lo cruento de las guerras y enfrentamientos (el caso peruano ni siquiera se puede comparar por su baja intensidad), ha organizado democracias y sistemas de partidos que perduran a todas las crisis habidas y por haber. Sobre esos pactos surgieron derechas e izquierdas modernas que enterraron los pasados autoritarios.

Vargas Llosa, el campeón de esos procesos, no quiere esa fórmula para su país. El hombre propone la exclusión del fujimorismo del sistema democrático y, en la práctica, es un teórico de la guerra civil entre peruanos. ¿Cómo se puede hacer democracia excluyendo a una fuerza tan gravitante como el fujimorismo? Imposible. Detrás de su atrabiliaria oposición al indulto está el terror que la causa que en el Perú se escriban varias historias, como sucede en todas las sociedades abiertas.

El Nobel quiere que Alberto Fujimori se quede como “un simple asesino”, “un vulgar ladrón” y con todas las demonizaciones que repiten Verónika Mendoza y los chavistas. Más allá de que la mayoría del país señale y denuncie el autoritarismo del fujimorato de los noventa, Vargas Llosa intenta negarle a Fujimori el papel central en las reformas económicas y sociales que explican el Perú de hoy y la sorprendente continuidad democrática. ¿Por qué? Porque su narcisismo es desbordado, incontrolado, y pretende que la historia registre lo siguiente: cuando los electores no eligieron presidente a Vargas Llosa en los noventa, simplemente se jodió el Perú.

Sin embargo el Perú ha construido el mejor momento de su historia republicana: 20% de pobreza, sector privado poderoso y masificado, y voto y propiedad para los 30 millones de peruanos. Y para los colmos vargasllosianos, el fujimorismo convertido en una fuerza política expectante en el país.

El Nobel peruano ha promovido un pronunciamiento de 230 escritores (¿tantos artistas de la palabra existían en el país?) en el que llega a señalar lo siguiente: “la permanencia de Pedro Pablo Kuczynski como presidente de la República es incompatible con el Estado de derecho y los valores democráticos”. Para el narrador, si la historia, el humor de los peruanos y la propia democracia no recogen su personal versión de la historia, entonces todos se jodieron. Algo de eso entiende con el increíble pedido de vacancia.

El artista nos señala que morirá en su ley. En todo caso es su pleno derecho. Muchas historias de grandes artistas están envueltas en miserias y pasiones por el culto a Narciso. En cualquier caso, tenemos al novelista que leerán las generaciones futuras y al político apasionado que, seguramente, será olvidado en los siguientes días.

 

Víctor Andrés Ponce
02 de enero del 2018

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