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Sin el fujimorismo, ¿qué sucedería?

Sin el fujimorismo, ¿qué sucedería?
Víctor Andrés Ponce
25 de enero del 2017

El movimiento naranja y la contención del antisistema

El escándalo del caso Lava Jato ha desencadenado un cataclismo sobre la clase política posfujimorato y, en medio del derrumbe general, se plantean interrogantes válidas sobre el futuro de la democracia y la economía de mercado. Algunos legítimamente se preguntan si acaso ha llegado la hora de una propuesta antisistema.

Sin embargo el hecho de que el fujimorismo se haya sentado en el balcón, casi sin mover una ceja, a contemplar cómo se pasa por la hoguera de las investigaciones a Alejandro Toledo y a Ollanta Humala, dos ex jefes de Estado que representaron la quintaesencia del antifujimorismo, quizá echa una oleada de tranquilidad: la hora del antisistema no es segura porque el movimiento naranja está allí cosechando.

Cerremos los ojos e imaginemos por un momento que no existiese el fujimorismo. El derrumbe de la clase política nos empujaría a un vacío insondable, ¿o no? Imaginemos por un momento que el Congreso estuviese balcanizado en diversas representaciones en medio del cataclismo Odebrecht. ¿El espacio público acaso no estaría envilecido por denuncias y excomuniones que organizarían “el que se vayan todos”? Hoy, por el contrario, el movimiento naranja asume una conducta extremadamente prudente. Imaginemos por un momento que el fujimorismo no fuese la representación más popular del Perú, ¿no tendríamos acaso a todos los radicalismos avanzando en los sectores plebeyos, agitando que la corrupción “está vinculada al neoliberalismo”?

Paradójicamente, desde la caída del fujimorato, el fujimorismo (y también el aprismo) ha sido uno de los muros de contención del avance de un proyecto chavista en el Perú. Sin el enraizamiento popular del movimiento naranja, el antisistema ya habría tomado el poder, tal como sucedió en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Vale recordar que en los países bolivarianos, como en nuestro país, se produjo una crisis general de los partidos políticos y las élites. Sin embargo el Perú avanza hacia su quinta elección nacional democrática sin interrupciones, mientras en los países bolivarianos las autocracias persisten en medio de la crisis del estatismo y del estado empresario.

En la conducta del liberal hayekiano, del amigo caviar y, en general, del miembro del establishment que juega al antifujimorismo radical y cerril, que veta la existencia del movimiento naranja, se reproduce la misma ingratitud de las oligarquías del siglo pasado para con el partido aprista. El movimiento que gestó Haya de la Torre fue la primera línea de contención del avance comunista en una sociedad donde el poder político y económico siempre tuvo el rancio olor de la oligarquía. El antiaprismo de ayer se emparenta demasiado con el antifujimorismo de hoy.

El establishment de ahora, conformado por la mesocracia Costanera que ha crecido bajo la sombra estatal en los últimos quince años, si entendiera que la amenaza del antisistema que se expresó en las elecciones del 2006, del 2011 y de 2016 es una sombra densa y real sobre el Perú actual —una típica sociedad de ingresos medios— quizá no tendría la sofisticación de proclamarse antifujimorista e, incluso, deslizarse en conductas clasistas que nos recuerdan nítidamente que en el Perú existen dos países, no obstante nuestro sorprendente crecimiento y reducción de pobreza.

Por Víctor Andrés Ponce

 
Víctor Andrés Ponce
25 de enero del 2017

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