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Reflexiones sobre el librepensador

La importancia del pensamiento propio en democracia

Reflexiones sobre el librepensador
Víctor Andrés Ponce
22 de mayo del 2017

La importancia del pensamiento propio en democracia

A veces es necesario evitar la reflexión sobre la coyuntura para abordar otros temas que, en ocasiones, pueden ser vitales para salvar a la buena política. Con la humildad de un simple periodista con ciertas lecturas pretendo comentar algunas cosas sobre la trascendencia del librepensador en una sociedad abierta.

Unos días atrás me sorprendió gratamente una columna política de Fernando Vivas, quien sostenía la necesidad del indulto a Alberto Fujimori mediante un pacto. Me impresionó la valentía de Vivas. Formulaba esa opinión no obstante que posiblemente sus amigos más cercanos sean reconocidos antifujimoristas, y no obstante también que lo hacía en un diario que, en los últimos años, se ha deslizado hacia un antifujimorismo simplón.

Otro hecho que me dejó impresionado fue una columna de Alfredo Bullard, en la que señalaba que la idea un Estado que catequiza sobre temas de género a través del currículum escolar no tenía nada que ver con una posición liberal. Junto a su defensa del derecho de las minorías, Bullard demostraba valentía intelectual porque no le interesaba aparecer al lado de los sectores conservadores y enemistarse con una izquierda que se había apropiado del “liberalismo” como parte de su estratagema de poder.

Menciono a estos dos columnistas porque me parecen gestos o conductas del librepensador. Generalmente, el librepensador —como el cristiano que ora a solas con Dios— solo responde a su conciencia crítica; y no existen mayorías, ni conocimientos con autoridad, ni corporaciones, ni leyes que valgan a la hora de emitir su opinión. El verdadero librepensador, incluso, acepta el ostracismo y la exclusión social antes de traicionar a su consciencia. Si desarrolláramos una aproximación reduccionista a las sociedades abiertas que hoy existen en el planeta, no sería exagerado sostener que ellas tienen mucho que ver con el librepensador.

Cuando la modernidad y la ilustración francesas pretendieron asesinar a Dios, en realidad olvidaban la naturaleza religiosa del hombre. De allí que horas después, el ciudadano levantara otros altares a la soberanía, la nación y más tarde el pueblo y la clase de los marxismos. En nombre de esos conceptos modernos se repletaron los cementerios durante el siglo XIX y XX. De alguna manera el siglo XXI avanza hacia un nuevo ajuste de cuentas en el que las religiosidades —incluso teocráticas— resurgen otra vez.

Sin embargo las sociedades que se salvaron de los totalitarismos de cualquier tipo fueron aquellas que, consciente o inconscientemente, cultivaron la multiplicación del librepensador hasta el extremo de la tolerancia al simple provocador. No es extraño entonces que algo parecido haya sucedido en Estados Unidos y el Reino Unido.

¿A qué viene todo esto? De alguna manera el Perú vive su propio medioevo; es el medioevo que tiene que ver con la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo que, por ejemplo, puede llevarnos a un fundamentalismo antidemocrático como el creer que se puede gobernar contra una mayoría legislativa y, al mismo tiempo, proclamarnos demócratas y liberales. Este medioevo anula a las ciencias sociales, a la antropología y las ciencias políticas. Hoy en el Perú no existen ciencias sociales porque todas las investigaciones pretenden negar el recodo inevitable de la historia de los últimos 25 años: los innombrables noventa. O se niega esa década maldita o simplemente se le ningunea.

Quizá vale señalar que así como una democracia para florecer necesita de un sector privado abrumadoramente mayoritario en la economía, un sistema de partidos estables, y un entorno institucional predecible, también necesita de librepensadores, un concepto algo diferente del conocido intelectual.

 

Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
22 de mayo del 2017

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