¿Quién defiende al capitalismo?

Durante los dos primeros años de la administración PPK, la polarización entre Ejecutivo y Legislativo y el caso Lava Jato, de una u otra manera, ha echado un largo velo sobre la intensa lucha capitalismo versus anticapitalismo que se desarrolla en el Perú. Y no obstante que el país retrocede aceleradamente en los rankings de competitividad y de clima de negocios, la mayoría de actores políticos no le otorga mayor importancia al asunto: parece creerse que el país está inmunizado contra el antisistema.

Para abandonar cualquier zona de confort quizá vale recordar que en las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016 colisionaron dos propuestas antinómicas alrededor del rumbo capitalista del Perú. La izquierda intelectual siempre intenta, como se dice, bajarle el moño a la interpretación de esta tendencia histórica, arguyendo que solo se trata del alarmismo de una derecha cerril, no obstante que, apenas unos años atrás, en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil y Argentina triunfaron este tipo de fórmulas (más allá de que en los dos últimos gigantes todo se haya revertido).

Las fuerzas que tienen claro el asunto son las llamadas antisistema. Al margen de sus diferencias, desarrollan objetivos comunes en función de organizar un escenario favorable: se han paralizado las inversiones de cobre del Perú —acrecentando las posibilidades de ralentización de la economía— y, en medio del choque Ejecutivo versus Legislativo, se han dado maña para hacer pasar leyes que, en la práctica, desmontan las inversiones en diversos sectores (minería, agroindustria y otros).

Si bien en Chile la izquierda anticapitalista está a la ofensiva (pensiones, educación, leyes laborales y nueva Constitución), allí las cosas están claras y la derecha y las alternativas procapitalistas comienzan a recuperar la iniciativa, más allá del reciente triunfo de Piñera. En el Perú, por el contrario, todo es confusión y desconcierto.

De alguna manera en la mayoría legislativa, por ejemplo, se parece haber olvidado que el fujimorismo solo tiene una razón de existir: la identidad popular y anticomunista (léase contra Sendero Luminoso) de las sociedades emergentes e informales, y la identidad contra el populismo y estatismo que se desarrolló luego del derrumbe de la sociedad populista en los noventa. El fujimorismo empezó y seguramente terminará alrededor de esa identidad, sin embargo en el Congreso hoy las cosas parecen ser relativas.

¿Qué revela semejante situación? Que en el Perú la guerra ideológica ha sido ganada por la izquierda, pero largamente. De allí que, a cuentagotas, se empiece a desmontar el modelo con leyes antimercado, con sobrerregulaciones y procedimientos que ahogan a una de las economías más libres de la región; además de otras estratagemas, que convierten en sentidos comunes de los medios y la sociedad los objetivos de la izquierda. Por ejemplo, la falta de una movilización social a favor de la reforma laboral en el país.

A estas alturas vale preguntarse, ¿quién defiende al capitalismo en el Perú? La pregunta es válida, pese a que la gran mayoría de la sociedad repudia un proyecto chavista y estatista. Sin embargo si todos los días vamos desmontando el modelo, resignándonos a la ofensiva de la izquierda contra las inversiones de cobre y aceptando la ralentización del crecimiento como una normalidad, sin lugar a dudas el escenario del 2021 no le pertenecerá a los defensores de la libertad económica. Claro, siempre está el consuelo que nos señala que un chavista no tiene cabida en el Perú. Es posible, pero siempre vale recordar que Hugo Chávez llegó al poder criticando al estatismo y a los enemigos del mercado.