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¿Qué sucede con el fujimorismo?

¿Qué sucede con el fujimorismo?
Víctor Andrés Ponce
24 de mayo del 2017

Salaverry pide renuncia de Vizcarra a la vicepresidencia

En el preciso momento en que el gobierno rodaba por los escaleras por el caso Chinchero, empujado por los propios errores del Gabinete Zavala y una impericia política que ya parece clamorosa e inaceptable, el congresista Daniel Salaverry hizo lo que nunca un político debe hacer en democracia: cuestionar la línea de sucesión republicana, a menos que existan argumentos irrenunciables.

Catalizado por el informe de la Contraloría, que no tiene carácter vinculante y cuyos argumentos jurídicos y económicos siempre causarán una enorme interrogante, Salaverry pretendió hacer leña del árbol caído y, de una u otra manera, reforzó todos los argumentos de los enemigos extremistas del fujimorismo.

El radicalismo antifujimorista desarrolla la tesis curiosa de que se debe y se puede gobernar en democracia contra una mayoría legislativa. Algo de eso se percibe en la línea informativa de la coalición mediática anti Congreso y en la conducta de diversos sectores del oficialismo. Esta tesis antidemocrática pretende camuflarse como democrática señalando que el fujimorismo busca vacar al jefe de Estado para adelantar las elecciones. Bueno, pues, cuando Salaverry apunta en contra de la línea sucesión republicana, apoyándose en los argumentos de la Contraloría, como se dice, solo alimenta a los leones que quieren devorarse al fujimorismo.

Es evidente que la situación del contrato Chinchero, la renuncia de Vizcarra y la crisis ministerial en curso son hijos legítimos de una democracia polarizada entre Ejecutivo y Legislativo, que no tiene cuando ceder y que ya empieza costarle caro al Perú: este año el país crecerá menos de 3% y es posible que volvamos a ser una sociedad que aumenta pobreza.

En la guerra entre el Ejecutivo y el Legislativo las responsabilidades negativas son compartidas, y es evidente que hay posiciones extremas a ambos lados de la mesa. Por ejemplo, el actual capítulo de enfrentamientos comenzó con el monumento a la antipolítiica que construyó el oficialismo cuando se discutía la ley de reconstrucción con cambios: se manoseó la situación carcelaria de Alberto Fujimori, se pretendió ningunear a la lideresa de la oposición y se fomentó la división en la mayoría legislativa. Casi como estrategia de sobrevivencia, el fujimorismo mostró el músculo y se lanzó a la interpelación de dos ministros.

El gobierno hizo todos los enredos habidos y por haber, se puso cabe con su propio pie, y se produjo el desenlace Chinchero. Sin embargo, como queriendo seguir con la polarización, el oficialismo pretendió atribuir la renuncia de Vizcarra al fujimorismo. Tremendo error que nadie creerá. Vizcarra defendió una adenda por varias semanas y un informe del Contralor, que no era vinculante, lo hizo retroceder construyendo otro monumento a la antipolítica.

Por todas estas consideraciones el fujimorismo no debería admitir errores como el cometido por Salaverry cuando cuestiona la línea de sucesión republicana sin mayores argumentos. Más aún cuando la crisis de la administración PPK, una crisis que nace de las limitaciones políticas alarmantes del Gabinete Zavala, obliga a que el movimiento naranja asuma cada vez mayores responsabilidades en la gobernabilidad.

¿Cómo se hace entonces para que el Gobierno que suele dispararse a los pies no siga autodestruyéndose? Es la pregunta que debe formularse el fujimorismo. De lo contrario solo le quedará sentarse en el balcón y contemplar cómo la impericia política de la administración PPK deteriora a la democracia y nos acerca al abismo de la recesión.

Si el fujimorismo permite semejante libreto habrá comenzado a dispararse a los pies —imitando al pepekausismo— y el escenario del 2021 será tan complicado para las fuerzas prodemocracia y promercado que quizá llegue la hora del triunfo del antisistema que casi gana las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016.

Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
24 de mayo del 2017

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