Presidente, usted ganó. ¿Y ahora?

El Congreso de la República, demostrando cierta madurez política, se allanó a las demandas del presidente Martín Vizcarra para someter a referéndum los cuatro proyectos sobre reformas de los sistemas político y judicial. Al bajar la cerviz, el Legislativo evitó una coyuntura terrible, en la que la disyuntiva del cierre del Congreso o el adelanto electoral estaban sobre la mesa. Pero al hacerlo sin plantear condiciones, sin propiciar una negociación, quizá solo haya postergado el desenlace. A estas alturas, ha quedado en evidencia que el jefe de Estado gusta de la aventura, y por eso escucha a los ex ministros izquierdistas de PPK, otoñales gansos salvajes de la política que solo creen en el poder y que envuelven su visión marxista con palabras como democracia y mercado.

Era evidente que el Legislativo estaba obligado a retroceder. La renuncia de la mayoría legislativa a transformar el país y a liderar reformas había convertido a la primera asamblea de la democracia en una institución con abrumadora desaprobación. Pero al retroceder sin negociar, de una u otra manera, podría haber preparado el terreno para el zarpazo autoritario. Hoy los asesores de la guerra están más empoderados que ayer, y el propio Vizcarra debe haber sentido qué significa ejercer el poder. Dicen que la sensualidad de la cúspide no tiene parangón. Cuando no hay cultura ni formación democrática ese sentimiento devora al político.

Con una reforma responsable del sistema de justicia —porque se incorporaron diversos proyectos al dictamen final— y una reforma del sistema político a tontas y locas, el referéndum ya está en marcha. El presidente ha ganado, pues, y la ola de indignación ciudadana contra la corrupción tiene una vía de escape. Sin embargo, acabado el impulso del referéndum, el gobierno de Vizcarra volverá a los temas diarios: reconstrucción del norte, incremento de la anemia, víctimas de las heladas y rebrote del sarampión.

En este contexto, ¿cuál será la decisión de Vizcarra? ¿Enfrentar los problemas y perder los puntos por el inevitable desgaste? Si Vizcarra fuese Fernando Belaunde no habría duda de que por allí se inclinaría. Sin embargo, Vizcarra es un hombre que come popularidad. Eso ya está clarísimo. ¿No se puede presentar la tentación de seguir golpeando al Congreso para echar humo y seguir afirmando que no lo dejan de gobernar? Claro que sí. Si el Congreso aprueba la ampliación de la Ley de Promoción de Agraria o insiste en la promulgación del sistema de semáforos para las etiquetas de los alimentos procesados, ¿qué dirá Vizcarra? ¿Acaso armar la bronca con el Legislativo y envolverse en el rebote mediático para gobernar sin gobernar?

En cualquier caso, el retroceso del Legislativo tiene muy poco del aserto leninista de dar un paso atrás para luego avanzar dos. El retroceso del Congreso tiene el tufillo de la impericia, de los muchachos de la política que han llegado a un momento impensado o quizá de los débiles que desconocen sus posibilidades.

Ojalá que estas aproximaciones pesimistas no prosperen, porque el análisis nos indica que detrás de la estratagema de Vizcarra se agazapa la tentación autoritaria que puede coger desprevenido al más pintado. También revela que toda la iniciativa política se concentra en el Ejecutivo y que del lado de la mayoría legislativa y los demás partidos solo hay desconcierto. Un demócrata aprovecharía esa ventaja para forzar las convergencias, desarrollar reformas y transformar el país. Ojalá que Dios ilumine al Presidente y propicie rectificaciones.

Hoy más que nunca queda clara una cosa: mientras los hombres cultos, ilustrados y de buena voluntad sigan alejados de la política, el espacio público siempre estará repleto de aventureros.