Oficialismo, oposición y antisistema

La dialéctica de colaboración y oposición

Las relaciones entre oficialismo y oposición permiten las más diversas interpretaciones, incluso pueden llevar hasta el delirio. Por ejemplo, voces aisladas sostienen que el fujimorismo pretende la vacancia del presidente Kuczynski. Sin embargo, si la élite limeña abandonara un poco el universo mesocrático de la Costanera, podría entender que en el Perú las colisiones entre oficialismo y oposición, de una u otra manera, también podrían formar parte de una estrategia prosistema hacia el 2021.

El antifujimorista extremista nunca aceptará el derecho del fujimorismo de constituirse en una mayoría parlamentaria y, por lo tanto, jamás tolerará que este movimiento desarrolle una estrategia opositora legítima. De allí las elucubraciones y los sueños de un fujimorismo fracturado por la acción milagrosa de un Kenji que se cargaría la mitad de los parlamentarios.

Sin embargo, ¿qué sucedería si las cosas no cambian en la administración PPK? Es evidente que el sentimiento opositor se multiplicaría a niveles impensados y, de alguna forma, cualquier fracaso se identificaría con la inviabilidad del modelo económico y social. En este contexto, el movimiento naranja se vería afectado de consideración y se habría favorecido el florecimiento de las propuestas antisistema. Vale anotar, por ejemplo, que en una reciente encuesta Gregorio Santos del MAS ya alcanza el 10% de intención de voto. Preocupante, ¿o no? De allí la enorme importancia de que el fujimorismo desarrolle una estrategia opositora clara, al lado de los acuerdos y diálogos con el oficialismo.

En otras palabras, quienes pretendemos defender la democracia y la economía de mercado debemos apostar al éxito de PPK, pero también al triunfo de una estrategia opositora del fujimorismo. Es decir, crear una especie de muro contra el antisistema. Es evidente que en esta apuesta puede haber excesos en las interpelaciones ministeriales, sobre todo si el presidente Kuczynski se niega a cambiar los ministros que debería cambiar. Sin embargo esta dialéctica entre colaboración y oposición es el mejor escenario para que los defensores del sistema cuenten con un plan A, otro B y si quieren otro C.

Algo de ese razonamiento se percibe en el Ejecutivo luego de la segunda cumbre entre PPK y Keiko. Por ejemplo, si bien el jefe de Estado se niega a efectuar cambios ministeriales, en las guerras del extremismo antifujimorista y la coalición mediática antinaranja en contra del fujimorismo, el Ejecutivo como tal comienza a mantener una prudente distancia. Buena señal en medio de la candela de la interpelación contra Marilú Martens, la ministra de Educación.

El arte de la política nos debería indicar la necesidad de acuerdos entre Ejecutivo y Legislativo para impulsar una segunda generación de reformas estructurales, mientras ambos sectores políticos se reparten los papeles de oficialismo y oposición. Hasta hoy, con altos y bajos, es lo que ha estado sucediendo en la política peruana. De allí que las intenciones del extremismo antifujimorista de convertir a Verónika Mendoza en lideresa de la oposición no se hayan concretado, de allí que la voluntad de adelantar escenarios encumbrando a Julio Guzmán no haya despegado. Muy por el contrario, el fujimorismo se afirma como la primera mayoría y, peor todavía, en el afán de hacer yaya al movimiento naranja, el extremista ha terminado levantando a Kenji.

En otras palabras si miramos las cosas desde el punto de vista del sistema, las relaciones oficialismo y oposición no van tan mal como algunos pretenden. El único que no puede aceptar este escenario es el extremista antifujimorista que solo existe y tiene su razón de ser en la destrucción del fujimorismo, incluso de la mano con Gregorio Santos. Si no lo creen, va la apuesta. Así sucede cuando las pasiones priman.

Víctor Andrés Ponce