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Luces y sombras del nacionalismo

Luces y sombras  del nacionalismo
Víctor Andrés Ponce
21 de julio del 2014

Sobre las disputas en la bancada del gobierno y la institucionalidad política

La decisión de la pareja presidencial de imponer contra viento y marea la candidatura de Ana María Solórzano es una mala noticia para la institucionalización partidaria del nacionalismo. Sin embargo, el hecho de que los congresistas declarados en rebeldía contra la candidatura aprobada suscriban el plan de la Gran Transformación y se inclinen por los estatismos, nos revelaría que en la cúpula palaciega ya no habría tiempo para disquisiciones: o se enfrenta la desaceleración o se pagan todos los platos rotos en el 2016. En todo caso, ojalá que sea así.

Es evidente que el nacionalismo transita hacia el último tramo de su gobierno sin alcanzar un nivel mínimo de institucionalidad. En ese sentido, todo indica que se parecerá demasiado a los movimientos políticos velasquistas y al fujimorismo de los noventa: más allá del líder no existe voluntad ni organización. Con Alberto Fujimori fuera de juego, el nuevo fujimorismo, el keikismo, ha comenzado un sorprendente proceso de institucionalización. Nada parecido se atisba en el nacionalismo. La manera cómo se definió la candidatura de Solórzano despeja cualquier duda al respecto.

De otro lado, la rebelión de los diez congresistas encabezados por Esther Saavedra nos recuerda la historia del nacionalismo. Humala fue elegido en la primera vuelta con el programa que defienden los ahora parlamentarios inconformes, ganó la segunda vuelta con la llamada Hoja de Ruta, y mantuvo la institucionalidad política y económica a costa de distanciarse de sus bases sociales históricas: las dirigencias izquierdistas anti mineras y los grupos políticos radicales anticapitalistas. ¿Debería sorprendernos que haya nuevas disidencias de izquierda dentro del nacionalismo? Ya hubo otras antes y seguro existirán más.

En todo caso, algunas preguntas, ¿por qué la rebelión justo al iniciarse el cuarto año de administración, con la popularidad presidencial en caída? ¿Por qué la rebelión cuando la candidatura de Nadine Heredia hoy aparece inviable en las encuestas? En todo caso, en el movimiento disidente podría haber un simple cálculo y evaluación de oportunidades. Quizá todo no pase de un pretexto para tomar distancias de un gobierno que, no obstante las incoherencias y contradicciones, parece que apunta a enfrentar la desaceleración económica. Veremos.

Lo lamentable de los amagues y encontronazos en el nacionalismo es que la política en el Perú parece enfrentada con las mejores tradiciones de la democracia y los partidos, no solo porque se eligen presidentes sin mayores trayectorias partidarias, sino porque, luego de ejercer el gobierno, los líderes se niegan sistemáticamente a crear organizaciones e instituciones. Es como si expresamente alguien decidiera que la historia empieza con uno y termina con uno.

Los casos del fujimorismo, toledismo y nacionalismo son emblemáticos. Si Alberto Fujimori no estuviera fuera de juego político, probablemente no presenciaríamos esta especie de surgimiento de un keikismo moderno con claras tendencias a la institucionalización. Paradójicamente, el toledismo y el nacionalismo forman parte de la democracia post fujimorista que avanza hacia un cuarto proceso electoral sin interrupciones, uno de los récords democráticos en nuestra historia republicana.

Como se aprecia, en los codazos al interior de la bancada gobiernista hay demasiadas luces y sombras. No es posible apoyar las imposiciones de Nadine Heredia porque se estrellan contra principios liberales y democráticos, pero más difícil todavía es apoyar las reacciones de parlamentarios que nunca dijeron nada hasta hoy y que proponen con claridad las recetas estatistas que empobrecieron a más del 60% de peruanos.

Por Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
21 de julio del 2014

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