Los problemas de Verónika

Mendoza: ¿obligada a organizar movimiento propio?

Se acaba de conocer que al interior de la bancada del Frente Amplio existen diferencias con respecto a la propuesta de descontar el 10% de los haberes de los congresistas para financiar un sueldo para Verónika Mendoza. Al parecer la iniciativa de Marisa Glave cayó en saco roto porque otro sector del movimiento no considera que Mendoza sea la candidata natural cuando faltan cinco años para el 2021. Semejantes diferencias, de alguna manera, solo representan la punta del iceberg del problema que enfrenta la izquierda.

Quizá la imagen más reveladora de la crisis que se puede avecinar en la izquierda se percibió durante la jornada que desarrolló el Congreso para aprobar el voto de investidura del Gabinete Zavala. La izquierda no solo se empequeñeció en número sino que se adelgazó en argumentos. Carecían de la propiedad y la experiencia de las bancadas del Apra y de Acción Popular; Marco Arana y Marisa Glave no tenían la grandilocuencia de un Javier Diez Canseco, Agustín Haya de la Torre o Daniel Estrada. Si bien Arana parecía leído, era demasiado ideológico, demasiado propagandístico. De las intervenciones de la izquierda parlamentaria quedaron dos ideas: la denuncia del modelo neoliberal y la posibilidad de echar mano de “la calle en la defensa del pueblo”.

En contraste con la actuación de la izquierda parlamentaria, la abrumadora mayoría fujimorista desarrolló su propio partido exigiendo que se desvelara la situación en que dejaba el nacionalismo al país. De otro lado, aparecieron varios congresistas naranjas con formación y versatilidad para la esgrima parlamentaria. Si estos hechos no han sido registrados por la media es por el exceso del humo antifujimorista.

Pero lo más relevante para el futuro de la izquierda: la votación fujimorista en bloque a favor de la investidura, mientras que las abstenciones se presentaban en las curules zurdas. ¿Por qué? De alguna manera, con este hecho culminó el intento de la izquierda y del humor antifujimorista de prolongar la polarización de la pasada segunda vuelta, que había encumbrado a Verónica Mendoza como “una real alternativa” al fujimorismo hacia el 2021.

Luego de la votación de investidura, el escenario nacional se realineó y la izquierda se vio obligada avanzar por sus propios méritos. Y el único mérito que ha demostrado hasta ahora es explotar con inteligencia el humor antifujimorista, que podría esfumarse si el movimiento naranja sigue actuando como lo hizo en la votación de investidura.

En este contexto, la competencia dentro de la izquierda tiende a desarrollarse más a la izquierda. Gregorio Santos y el MAS-Democracia Directa se han lanzado a una carrera frenética de organización de bases campesinas y de los espacios radicales antimineros del país. ¿El Frente Amplio va a permitir que la competencia arrase con la influencia social? ¿No existirá entonces una tendencia de la izquierda a radicalizarse?

De alguna manera este tipo de fuerzas e impulsos en el espectro de la izquierda dejan sin juego propio a Verónica Mendoza quien, tarde o temprano, se verá obligada a organizar un movimiento propio. Postular al gobierno regional del Cusco quizá sea el paso previo imprescindible.

En todo caso, si la dialéctica entre gobernabilidad y oposición —que parece desarrollará el fujimorismo— continúa, el espacio y el futuro de la izquierda se reducirán considerablemente.

Víctor Andrés Ponce