¿La hora de los reformistas?

La imagen del Congreso se ha deteriorado como resultado inevitable de la brutal colisión Ejecutivo-Legislativo de los dos primeros años de la administración PPK. En ese proceso autodestructivo cualquier posibilidad de discutir reformas, simplemente se esfumó. El choque de poderes, envuelto en una envilecedora judicialización de la política, hizo que en la política y en el Legislativo destacarán quienes mejor golpeaban al adversario. Bueno, pues, todo eso ha terminado porque la guerra ha culminado.

En este contexto, ¿de qué manera puede modificarse la política? Más allá de cualquier limitación, es evidente que los tiempos de paz, de los remansos políticos, son las circunstancias más apropiadas para discutir reformas y lanzar iniciativas que movilicen a importantes sectores de la sociedad. Por ejemplo, el asunto de la bicameralidad. Cuando las tendencias constructivas se desatan, tarde o temprano, subordinan a las autodestructivas. Es algo que puede suceder si los sectores prorreformistas de las diversas agrupaciones políticas se deciden a liderar a sus respectivas bancadas o movimientos políticos.

La guerra y la judicialización de la política parecen haber impuesto la percepción de que la acción política puede transcurrir sin reformas de fondo. Por ejemplo, Fuerza Popular, consciente del desgaste de la guerra con el pepekausismo, hoy vuelve al Perú profundo, como se dice, a restablecer sus relaciones con las bases. El objetivo parece ser convertirse en la primera fuerza de las próximas elecciones regionales. Quizá lo logre. Sin embargo, esos activos de ninguna manera bastarán hacia el 2021 por la sencilla razón de que en las elecciones nacionales la gente juzgará la manera como la mayoría legislativa ha conducido el Congreso. En ese contexto, ninguna crítica ni propuesta tendrá autoridad ni potencia, porque la gente se preguntará, ¿por qué no se hizo nada con la mayoría legislativa?

En el caso del Ejecutivo el razonamiento es parecido. El presidente Vizcarra hoy es el político más popular del país y cuenta con el apoyo de una amplia coalición parlamentaria. ¿Por qué no liderar un paquete de reformas que avancen más allá de la necesidad de ajustar las cuentas fiscales, relanzar la reconstrucción del norte y crecer bajo los límites del actual PBI potencial? ¿No es posible pensar en una segunda ola de reformas que incrementen la competitividad y el PBI potencial?

En cualquier caso, con el nuevo clima político es posible soñar despiertos. Las nuevas relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo ya empezaron a mover la economía y a los actores económicos, más allá de que el Ejecutivo aparezca cediendo a las presiones y rindiéndose a políticas desesperadas de recaudación tributaria, como el incremento del Impuesto Selectivo al Consumo.

Cuando en Colombia un candidato chavista asoma como posibilidad, cuando en México otro candidato estatista aparece como virtual ganador, cuando en la Argentina de Macri se negocia un crédito millonario con el FMI, vale recordar que más allá de nuestros problemas y limitaciones, de una u otra manera, estamos mejor que el resto del vecindario.

Pero, ¿por qué extraña razón no surge un puñado de políticos reformistas que nos recuerde las enormes tareas pendientes que tenemos en instituciones, en sistema de justicia, en legislación laboral, en educación, salud y en asuntos de infraestructura? La falta de audacia también nos recuerda las crisis y las limitaciones de la élite política. Veremos.