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La dolida soberbia de Alan

La dolida soberbia de Alan
Víctor Andrés Ponce
04 de febrero del 2015

A propósito de la actual polarización política y su impacto en la gobernabilidad.               

Durante una entrevista con Milagros Leiva, el domingo pasado, el ex presidente Alan García olvidó su conocida sapiencia política y se mostró soberbio con el presidente Ollanta Humala e, incluso, algo despectivo con Daniel Urresti, el ministro del Interior que pretende convertir el espacio público en un cuadrilátero de valetodo. El gesto, el tono, de García, bastante alejado de la humildad y la voluntad de diálogo que lo caracterizaron en los dos primeros años de la administración nacionalista, parecían darle la razón al mote que le ha querido clavar Urresti: el señor del ego.

La soberbia de García no corresponde al análisis frío del político que ya desarrolla una campaña electoral, sino más bien a la reacción instintiva de alguien con sangre en el ojo. Al líder aprista no le faltan razones para estar irritado, porque la barbarie que quiso perpetrar la Megacomisión de Sergio Tejada no tiene nombre. Era un intento brutal de inhabilitar a un candidato en carrera para favorecer la estrategia de reelección conyugal. De allí que uno escarbe buscando razones para entender la renuncia de Tejada al nacionalismo sin hallar una sola, excepto el puro sentido de la oportunidad. García entonces tiene muchas razones para cobrar facturas al nacionalismo. Además, el cronograma electoral empieza a correr y los candidatos tienen que posicionarse, perfilarse. Sin embargo, el Perú se desplaza a una crisis de gobernabilidad por directa responsabilidad de un régimen que convirtió el espacio público en un campo de batalla donde se debía eliminar al rival. También el análisis nos indica que desde la cúpula palaciega es sumamente difícil que se produzcan rectificaciones, porque en la naturaleza del jefe de Estado no hay nada que se parezca a la idea conversar con el potencial rival. Si el oficialismo está en sus trece y la oposición adopta el tufillo revanchista que parece notarse en García, entonces, la democracia se bambolea al borde del abismo. En las grandes tradiciones democráticas que vienen de los regímenes parlamentarios se suele decir que cuando la falta de gobernabilidad –tal como sucede en el Perú-viene del Ejecutivo, la oposición tiene que asumir esa tarea. Si las tendencias autodestructivas y disgregadoras del sistema político continúan imponiéndose, el relevo democrático en el 2016 puede aparecer complicado. La investigación sobre lavado de activos contra Nadine Heredia echan una terrible sombra y, de una u otra manera, parece que todos los resortes de la Carta del 93 podrían ponerse a prueba. Es decir, la posibilidad de una crisis de gobernabilidad respira en la nuca de nuestra democracia desconcertada. ¿No deben incorporar los líderes de la oposición estas reflexiones a su quehacer político? El Perú avanza hacia el cuarto proceso electoral sin interrupciones cancelando el maleficio del que se hablaba en el siglo pasado y que nos condenaba a diez años de democracia seguidos de una década de dictadura. Nuestra democracia envejece y las instituciones se vuelven más fuertes. Tremenda responsabilidad, pues, para los líderes de la oposición. 

Por Víctor Andrés Ponce
04 - Feb - 2015  

Víctor Andrés Ponce
04 de febrero del 2015

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